viernes, 22 de enero de 2016

EDITORIAL 113: Acabar con el desarrollo y construir el Buen Vivir

El siete de agosto de 1990, en su discurso de posesión el ex presidente de Colombia, líder del nuevo liberalismo, Cesar Gaviria Trujillo anunciaba, como si fuera un acto heroico, que “… el tema de la privatización, tiene importancia en nuestro medio en lo que hace relación con algunos servicios ferroviarios y portuarios, en el sector financiero, en algunas empresas industriales y comerciales del estado y en el sector de las Telecomunicaciones, que no se puede seguir desarrollando como un poderoso monopolio estatal…”. También condenó las relaciones obrero patronales (y al sindicalismo) como un obstáculo para la llegada de inversión extranjera y para la competitividad del empresariado colombiano.

Para remover del camino los obstáculos odiosos, entre ellos al sindicalismo beligerante que impedía el desarrollo y mantenía unas relaciones obrero patronales muy costosas para el empresariado, se necesitaba una reforma laboral, y para eso estaba un jovencito “brillante”, de apellido Uribe Vélez, también liberal, que por esos años se estrenaba como senador y proyectó la más agresiva reforma laboral que se haya aprobado en Colombia, la ley 50 de 1990, que dejó a los trabajadores sin cesantías, sin estabilidad, entre otros aspectos; y sentenció la muerte del sindicalismo y los derechos laborales y sociales adquiridos, todo en favor de las grandes empresas nacionales y extranjeras. Acabábamos de recibir la bienvenida al futuro, según Gaviria.

 
Después de eso vino la debacle en nombre del desarrollo neoliberal, porque este ya había tocado nuestras puertas después de la segunda guerra mundial, destinando a este país en “vía de desarrollo” el vergonzoso papel de proveedor de materias primas, por orden, así le suene muy mamerto a la derecha, del imperialismo norteamericano, que después se expuso en unos documentos “secretos” llamados Santa Fé I y II, cómo, cuándo y dónde debíamos comportarnos y a quién le debíamos recibir órdenes en todos los aspectos: militares, sociales, económicos y políticos. Luego, el mismo joven “brillante” proyectó la reforma pensional y de seguridad social, ley 100 de 1993, y nos mandó a todos a regalarle la plata al sector financiero privado. Desde entonces cantamos a los cuatro vientos que esa platica se la iban a robar y nadie lo creyó; hoy los Palacinos y los Saludcoop, nos dan la razón.

La mayoría de privatizadores que se rasgan las vestiduras por la entrega de Isagen, fueron los mismos que jugaron en los años noventa un papel inquisidor y depredador contra las empresas estatales y los trabajadores; el caso más emblemático es el de Telecom, la empresa de telecomunicaciones más avanzada de Latinoamérica y que junto con Ecopetrol generaban superávit a los colombianos. Esta empresa fue deliberada y cínicamente marchitada por una caterva de tecnócratas, elementos de seguridad del Estado, medios masivos de comunicación, paramilitares, juristas, fiscales, economistas, etc., conducidos por el Estado. Fueron llevados a prisión a mediados del año 1992,  13 trabajadores y técnicos de Telecom, acusados de terrorismo, por defender el carácter público de la estatal de comunicaciones. También fueron torturados y asesinados los técnicos Joaquín María Caicedo, Islem de Jesús Quintero, Orlando Frías Parada y el abogado defensor de los sindicalistas, el ilustre Eduardo Umaña Mendoza.

De todas maneras, de nada sirvió la digna lucha de los trabajadores estatales, porque cuando el joven “brillante” llegó a la presidencia de la república en el 2002, una de sus grandes tareas fue la de liquidar Telecom, entregársela a las transnacionales privadas con todo e infraestructura y despedir a sus 10.000 trabajadores. Muchos que no se percataron de la noticia llegaron como todos los días a laborar y no pudieron hacerlo porque el ejército se los impidió. Así obró el mismo que hoy se opone a la entrega de Isagen y que en 2007 privatizó el 19% de acciones que tenía la nación allí, y en 2008 a través de su ministro de hacienda Oscar Iván Zuluaga la ferió en 3.2 billones. Pero no la pudo vender.

Y Pastrana también la ofreció, y le sacó plata para pagar otras deudas en 1999 y la dejó al borde de la quiebra. Todos los presidentes y toda la oligarquía nacional están postrados a los designios del capital financiero transnacional, y seguirán estándolo con Vargas Lleras en el 2018. Todos seguirán vendiéndonos la idea de modelo desarrollista, haciéndonos creer que por el camino de la modernidad, de la infraestructura, de las reformas capitalistas llegaremos al desarrollo. Y a pesar de más de un siglo de lo mismo aún hay ingenuos que lo creen.

La vía al desarrollo solo existe para los países ricos que se pueden desarrollar gracias a las materias primas que nos extraen, y por eso como lo dice el economista Alberto Acosta en sus documentos sobre este tema, nosotros tenemos la maldición de la abundancia, porque no hay un solo país que gracias a sus reservas de recursos naturales haya dado ese paso. Todo lo contrario, los ejemplos abundan y todo un continente como el africano paga con sudor, hambre y sangre esa maldición; y América Latina también.

Y lo que viene sucediendo al ciclo democratizador en América latina tiene mucho o todo que ver con el modelo desarrollista, porque es muy difícil gobernar con ropa prestada. De nada sirve alcanzar el gobierno si no se puede aplicar un nuevo modelo propio, que abra camino separado del desarrollo y en especial que empiece a cambiar la lógica de subsidiar a su pueblo, montado en el lomo del toro del extractivismo, un toro que destruye el planeta y deja todos los escombros para que los recojan los heridos. Eso le sucede a Venezuela, a Ecuador y a Bolivia principalmente. Y por eso a los colombianos de nada nos ha servido tener mucha agua y electricidad y tener que pagarla costosa; o tener Carbón y no tener energía térmica, y tener petróleo y pagar la gasolina más cara del mundo.

En Colombia, Santos mostró los dientes y con la suficiencia de quien se siente ganador ha dicho a boca llena que la paz es el mejor negocio. ¡Eso, negocio! porque necesita a las insurgencias sin armas y fuera de los territorios que tienen los recursos energéticos. O sea, necesita un país sin guerrillas y sin protesta social para echar a andar el PND y los cientos de megaproyectos que se ciernen sobre el territorio nacional. La venta de Isagen es la cuota inicial, que solo le aportará 6.48 billones a las vías 4G; una bicoca porque toda la propuesta cuesta 50 billones al Estado, o sea a nosotros. Y por eso se privatizará Ecopetrol y se privatizará todo, como dijo Saramago, hasta la puta que los parió.

Ya no basta salir a movilizarnos, además hay que salir a rechazar el modelo económico y el desarrollismo que nos mata. No basta con el gran paro nacional que se planea para mediados de año y al que deberíamos salir todos y todas, pero sin manoseos de la derecha entreguista y cínica. Hay que unirnos, toda la clase popular como decía Camilo Torres; protestar y construir la propuesta social y política, la del buen vivir, aquella en donde la productividad, el consumo insaciable y el crecimiento o desarrollo económico no sean los que señalen el éxito; una propuesta que enamore a un pueblo, que eduque a las nuevas generaciones en la convivencia pacífica, en el respeto por la vida y la diversidad, también por el planeta, pero sacudido de la influencia bipartidista liberal - conservadora de la oligarquía asesina, egoísta y entreguista que nos ha gobernado por más de dos siglos.



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