Artículo publicado en la Edición impresa 115 (Marzo - Abril 2016) de Periferia Prensa Alternativa
Por Saúl Franco
Cerca al Hotel Nutibara, en los
bajos del viaducto del Metro, en medio de tendidos de cachivaches de segunda
mano en los que abundan celulares, cargadores, herramientas y juguetes, y un
fuerte olor a orina, está el pasaje comercial Juananbú. Su interior contrasta
con el ruido y las condiciones externas; allí, en un ambiente más tranquilo
tiene su pequeño local Alberto Montoya, un hombre de altura media, cabello
negro, con pocas canas en la cabeza pero con algunas muy visibles en sus cejas
pobladas y en su barba de dos días.
Aunque sus manos tiemblan por
momentos, sus cortes con las tijeras son rápidos y seguros. Sin mostrar fatiga
a sus 66 años, Alberto corta 28 botas de pantalones que deberá ajustar a la
talla de su cliente, un hombre de estatura pequeña quien no encuentra con
facilidad ropa a su medida y su única salida es hacer ajustar sus prendas, así
le cueste más dinero. En sus manos de dedos gordos y largos sujeta una tiza
para marcar el trazo a 88 centímetros de la pretina del jean.
—Yo empecé a trabajar esto desde
los 12 años y a los 13 monté mi sastrería con mil pesos que me dio mi abuelita.
Ella levantó ocho huérfanos –, dice don Alberto mientras señala en la pared una
galería improvisada de fotos de sus seres queridos muertos.
—Mi abuela vivió toda la guerra
de los partidos Liberal y Conservador en Concordia, un municipio del suroeste
antioqueño; allá inicié yo, pero a los 18 años me vine a Medellín y mientras
trabajaba en Café Suave haciendo cafeteras, atendía la sastrería con algunos
empleados–, se sienta y enhebra la aguja de la máquina sin ninguna dificultad.
Don Alberto se vino de Concordia porque
le gusta aprender cosas nuevas. Ha mantenido siempre la sastrería solo y a
veces con colaboradores en distintos lugares del Centro de Medellín, en Cali,
Betulia, Pereira, Chocó y Urabá. Su estudio no pasa del primero de primaria,
donde, según él, aprendió únicamente las tablas de multiplicar; lo demás lo
aprendió relacionándose con gente de edad, que tenía conocimientos sobre
ciertos temas que le interesaban y que no entendía.
Mientras hace el doblez de la
bota de un jean, comenta: –A mí me gustaba estudiar pero el maltrato físico que
daban me hizo aburrir, así que mejor me salí y aprendí algo por mí mismo, que a
mí me gustara. Y vea, con esto he levantado 14 hijos, con nueve compañeras
distintas.
A todos sus clientes, el sastre,
les ofrece algo para tomar, mientras esperan y convierte el espacio en un lugar
de tertulia sobre temas íntimos, de trabajo o de otra época. Pocas veces aborda
la política, la religión o la economía; le tienen sin cuidado porque
discusiones de esos temas hicieron que su padre fuera asesinado en la época de
la guerra bipartidista.
A los 8 años, cuando fue
consciente de que su padre fue asesinado por agentes del gobierno, Alberto se
iba casi todos los días a buscar entre la maleza, armado solo con una chamiza,
los huesos de su padre. Durante dos años los buscó, sin hallar resultado. Sus
conocidos lo amedrentaban con los espantos sin lograr detenerlo; solo el tiempo
consiguió apaciguar su búsqueda.
—Yo soy Liberal, pero yo no me
confió de ellos, ni liberales, ni conservadores. Nunca he votado y jamás lo
haré–, asevera mientras deja de coser por un rato. Retira las gafas de sus ojos
y corta el hilo con facilidad.
Don Alberto asegura que ahora con
50 mil pesos la gente se puede vestir, pero con prendas de muy mala calidad que
le durarán algunas semanas y ya, y que hace tiempo un pantalón le podía durar
15 años, pero que en el afán de crear riquezas, Colombia le ha abierto la
puerta a telas y vestidos de muy mala calidad, acabando las fábricas locales, las
cuales además de producir con buena calidad, generaban empleos más estables y
mejor remunerados.
Mientras señala una vitrina con
varias prendas, aparte de 200 vestidos que botó porque los clientes no los reclamaron,
recuerda su época cuando trabajó en Cueros Medellín como jefe de personal y en Mesace
como diseñador de chaquetas. Pero estos puestos los ocupó por poco tiempo hasta
que sintió que había aprendido de ellos; entonces se salió porque siempre le ha
gustado defenderse solo y ser independiente.
Don Alberto toma un pantalón y
explica, –Mire, ahora se puede comprar un metro de tela por 2mil pesos, mientras
el metro con cincuenta de una tela buena le vale 70 mil pesos, que es el
promedio que se necesita para fabricar pantalón. ¿Pero imagínese cuánto le va a
durar ese pantalón con una tela de dos mil pesos el metro?
La tecnología ha cambiado algunos
aspectos en el proceso de la costura, como las máquinas de coser, que antes
eran con manubrio, luego de pedal y ahora tienen motores; las planchas eran
solo un hierro que se calentaba y se pasaba sobre la tela, después fueron de
carbón y de queroseno, aún existen las de resistencias eléctricas, las hay de
vapor que requieren agua y la plancha con caldera.
Herramientas como las agujas, las
tijeras, el cuchillo han sufrido pocas variantes porque son sencillas y perfectas,
como lo es la sastrería, particularmente, si es ejercida por personas nobles
que con su dedicación logran personalizar una prenda masificada, y
estandarizada en una pieza particular y única que incluye al sujeto, ahorra
dinero y cuida el medio ambiente, ya que el sastre no solo personaliza sino que
extiende la vida útil de la prenda.
Don Alberto Montoya afirma que
quien aprende un oficio o un arte tiene con qué defenderse en la vida, vaya a
donde vaya, y pese a que evita temas políticos y de actualidad, él sí opina
cuando se lo proponen y asegura mientras enciende un cigarrillo que no habrá
paz mientras hayan patronos explotadores, que no entienden que el trabajador es
el que genera la ganancia, y que tampoco habrá paz si la gente no comparte lo
que sabe, si se deja a los hijos abandonados.
A pesar de lo duro que fue
levantarse en medio de la guerra entre azules y rojos que le arrebató a su
padre, don Alberto no dedicó su vida a la venganza sino a la superación de la
pobreza, y de su familia; en cada puntada, en cada trazo y corte construyó su
vida. Colgadas en las paredes de su local de un metro veinte por uno cincuenta lo
acompañan las fotos de sus seres queridos, como la de su abuela, a quien
recuerda agarrando un azadón y arando la tierra en medio de la guerra
bipartidista.
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