Por Agencia Colombia Informa
A Cali la rodean varios ríos
y muchos asentamientos. En los márgenes orientales y occidentales de la ciudad,
demarcados por el río Cauca y las montañas de la cordillera, miles de familias
se fueron asentando por años, en condiciones informales de vivienda. Esta situación
comenzó a presentarse desde los años 60 y nunca más se detuvo. La ciudad se
hizo y configuró a partir de la informalidad habitacional.
Brisas de Comuneros, Brisas
de las Palmas, El Valladito, Cabildo Indígena Alto Nápoles y Belisario Betancourt
son algunos de los más de 110 asentamientos populares informales que se cuentan
hoy en la ciudad.
Como si se tratara de una
especie de emparedado, Cali tiene bien demarcada sus zonas de desarrollo y de
exclusión. Los dos extremos al occidente y al oriente son las partes de mayor
densidad poblacional y pobreza, dejando un corredor central de norte a sur rico
y planificado. Estas características se ponen cada vez más en evidencia por la
incorporación a ultranza de los grandes proyectos de renovación urbana -GPU- y
la imposición del ordenamiento territorial.
Cali ha sido receptora de población desplazada y migrante desde los
años cincuenta. El flujo de familias que se establecieron en terrenos baldíos,
privados y ejidales de la ciudad fue formando una vasta red de construcciones
que años después, fueron legalizadas e incorporadas a los planes y planos de la
ciudad. Fue así como el Distrito de Aguablanca y Siloé se convirtieron en
sectores reconocidos y legalizados. Sin embargo, el arribo de migrantes de
otros territorios ha sido continuo, así como la construcción de nuevos
asentamientos.
La inoperancia estatal es una constante que se materializa en la
poca o nula capacidad de generar políticas para atender este fenómeno. Eso
genera un alto déficit de vivienda debido a una total falta de planificación.
En el Estudio de Actualización del Déficit de Vivienda en Cali se encontró que
la población presente en asentamientos de desarrollo incompleto es de 169.163
habitantes distribuidos en 36.426 viviendas, es decir, el 8,2% de la población
urbana. Según estadísticas de la Secretaría de Vivienda Social, en 2011 el número
de grupos familiares se elevó a 8.676, que residen en más de 46 asentamientos
ilegales y que según cada gobierno de turno, “requieren ser reubicados”.
“Nos reunimos y pensamos en ubicarnos acá, cada uno con su lotecito”
Esta situación general de la
vivienda informal tiene historias diversas en tiempo y conformación, con un
factor común: el desplazamiento forzado.
En el margen occidental, en
la base de los cerros que protegen la ciudad, hay sectores que se asentaron hace 20 años, como La Choclona,
que hoy cuenta con más de 160 familias. Algunos son actuales, como El Árbol,
que en 4 años registra más de 200 familias. En esta zona de la ciudad uno de
los primeros asentamientos fue el de Los Chorros, hace alrededor de 30 años; en
la actualidad contiene 5.000 familias. Otro de los más recientes es el
asentamiento indígena en Alto Nápoles, construido por alrededor de 100 familias
Nasa que llegaron a la zona cinco años atrás.
Si bien el factor común para
el arribo de las comunidades que se asientan en estos territorios de la
periferia urbana es el desplazamiento forzado producto del conflicto social y
armado colombiano, la característica en cada uno de ellos es la condición de
nuevos desplazados y la segregación espacial urbana. Expulsados de sus
territorios nativos, obligados a abandonar sus construcciones sociales y
culturales, comunidades enteras llegan a las goteras de la ciudad como única
oportunidad para establecer una vivienda, echados a un rincón carente de garantías
para establecer un hábitat y una vivienda digna. Son nuevamente víctimas de las
carencias del Estado (o de su ausencia), revictimizados.
Esa es la situación de Alex
Murillo, un habitante del asentamiento Playa Alta: “Llegué hace por ahí dos años,
vine porque salí amenazado de mi pueblo, Apartadó, Antioquia. Siempre es muy
difícil, si tú no tienes casa donde llegar te tocan estas condiciones tan
precarias, donde está la gente más pobre de Cali”.
Situación similar a la de don
Mauricio Muelas, del asentamiento El Árbol: “Nosotros aquí llegamos por la
necesidad que teníamos, la pagada de arriendo es una cosa muy dura. Al ver que
el lote estaba abandonado y se prestaba para vender mucha droga, al ver la
necesidad y ese lote así, nos reunimos y pensamos en ubicarnos acá, cada uno
con su lotecito”.
Se salda así una necesidad,
zafar de la intemperie. Pero continúan muchas más: condiciones mínimas de
sobrevivencia, agua y servicios básicos. Nuevas batallas por permanecer.
Mucha proyección
internacional, muy poca agua
En Cali, si no llueve, falta el agua… y si llueve también. La
ciudad se consolida como eje del modelo de ciudad-región en el denominado G11
(agrupación programática para el desarrollo de proyectos económicos en 11
municipios del Valle), cuyo objetivo es configurar el Valle del Cauca para el
mercado internacional. Mientras tanto sus habitantes sufren una grave crisis de
servicios públicos: no tienen agua.
Acorde a los intereses expresados en el G11, desde 1998 se están
implementando políticas neoliberales a través de Grandes Proyectos Urbanos como
el sistema de transporte SITM-MIO, el llamado Plan 21 Mega obras y futuros
Planes Estratégicos como el Jarillón Río Cauca PJAOC, Renovación Centro Ciudad
Paraíso, Corredor Verde, Corredores Ambientales, Ecoparques, la Base Aérea
Marco Fidel Suárez y la Zona Educativa del Sur.
El desgobierno y la crisis que estos planes generan en las grandes ciudades
de Colombia es tal, que llegó el día en que los pobladores urbanos están
saliendo a las calles para reclamar, entre todos los demás derechos vulnerados,
algo tan básico como la distribución del líquido vital.
Mientras esos megaproyectos urbanos se desarrollan, el pasado 15 de
octubre se realizó la cuarta movilización en menos de un mes. “Ni el Árbol se
cae ni nosotros nos vamos. Ojo”, advirtió Camilo, un jovencito, desde su
pancarta artesanal. El Árbol es el asentamiento, que al igual que el resto de
la ciudad, se seca.
Los que no se van son los habitantes de las periferias de Cali, tan
firmes como la mirada convincente y el ceño fruncido del muchacho.
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