La apreciación de la coyuntura política, económica y social en el
ámbito internacional, al igual que en lo nacional, confunden. No es fácil
atinar a una lectura acertada del periodo, porque aún dentro de una correlación
de fuerzas desfavorable con crisis civilizatoria, de guerra contra la humanidad
y el planeta, se presentaba un aparente despertar del bloque popular, con
aparición de movimientos políticos alternativos y grandes movilizaciones que
reclamaban cambios y transformaciones. Otros acontecimientos como las
negociaciones entre USA y Cuba, las giras papales y sus declaraciones
“liberales” en favor de los pobres; los acuerdos entre las Farc y el gobierno
de Santos y el inminente inicio de la fase pública con el ELN, entre otros,
permitían avizorar un giro positivo del periodo más favorable a los procesos de
transición democrática.
Pero los últimos acontecimientos generan desesperanza tanto en el
contexto internacional como en el nacional, y hasta mostrarían unos elementos
de cambio del periodo, pero hacia la contraofensiva militar, económica y política del bloque
dominante, una profundización de la violencia imperial con arremetidas de la
OTAN, con masacres gringas en Afganistan, con bombardeos rusos en Siria, con
crisis de inmigrantes en Europa, y con revaluación del dólar, caída de los
precios del petróleo y decrecimiento de las grandes economías, en todo el
mundo. La presencia del monstruo creado por USA, denominado Estado Islámico,
con presencia en los cinco continentes, podría ser “la mejor excusa” generadora
de una conflagración de grandes magnitudes globales.
Aparte de ello, los países latinoamericanos, que se vislumbraban como
camino y esperanza a los pueblos del mundo, no han podido superar la arremetida
del capitalismo y sus repercusiones en materia de explotación extractivista,
ambiental y financiera; ni los antivalores como la corrupción, derivados
precisamente de las practicas históricas del modelo neoliberal, y en especial
no han podido profundizar las reformas democráticas que sus pueblos soñaron, o
por lo menos van muy lentas.
En Colombia, mientras por un lado se llega a acuerdos con las Farc en
materia de justicia, y se define con el ELN la agenda a tratar en la fase
pública, elementos que deberían generar un ambiente favorable a los cambios que
el gobierno y las insurgencias discuten, por otro lado sube el tono de las
posturas contrarias al proceso que encuentran eco en los medios masivos de
comunicación; adicionalmente como si se estuviera poniendo zancadilla, el
gobierno toma medidas de corte social, económico y político, como la
privatización de la producción de energía eléctrica y del petróleo; en el
primer caso dándole luz verde a la venta de Isagén, y en el segundo, a la de
Ecopetrol, desmembrándolo en pedazos. Estos elementos, sumados a la
judicialización de reconocidos líderes sociales como Feliciano Valencia del
movimiento indígena, Carlos Morales de la Marcha Patriótica, la persecución y
amenazas contra el Congreso de los Pueblos, la Cumbre Agraria, y el movimiento
social y popular en general; para rematar, los incumplimientos a los acuerdos
alcanzados en las más recientes protestas señalan un ambiente contrario a la
paz, de desesperanza y preocupación por lo que pueda venir en el mal llamado
posconflicto.
Falta analizar, pero no hay espacio en este editorial, la coyuntura
electoral regional, cuyos resultados podrían dejar mal parados a los sectores
que estamos por la paz, y en cambio abrirles espacios a los áulicos de la
guerra. Pero, como dijo Walter Benjamín justamente valorando la terrible
condición humana y la perversidad de la política y la sociedad capitalista, “solo
por amor a los desesperados conservamos aún la esperanza”.
Este año ha estado lleno de trabajo social, político, popular; como nunca, hemos sido testigos de los
esfuerzos pedagógicos por descubrir formas de sumarse a las iniciativas de paz,
dándole sentido y profundidad, provocando la participación, señalando todas las
aristas que esta construcción debe integrar. Las mujeres han puesto toda la
apuesta a jugar, demandando reconocimiento, respeto, participación e igualdad.
Los afrodescendientes y los indígenas se han movilizado como lo saben hacer con
energía, con arte, con posturas que logran voltear los ojos de la Nación hacia
la Colombia diversa, pluriétnica y pluricultural; sumados con los campesinos en
la Cumbre Agraria, en septiembre de 2015, volvieron a las carreteras, a las
tomas de instituciones, a las mesas de debate a exigir el cumplimiento de los
acuerdos.
Los obreros a través de la Unión Sindical Obrera, ponen su grano de
arena con la segunda Asamblea nacional por la Paz, y se van por todo el país, a
las regiones y realizan decenas de asambleas con comunidades, empresarios,
iglesias; el énfasis de esta propuesta descansa en la problemática minero
energética. Las iniciativas de paz como el Frente amplio por la Paz, Clamor por
la Paz y la Red de universidades por la paz, entre otras iniciativas, hacen
esfuerzos inimaginables por llegar a todos los rincones para discutir sobre la
participación de la sociedad en la construcción de la paz y en especial
buscando unir los esfuerzos en un gran movimiento.
En el mes de noviembre de 2015, se llevará a cabo en Bogotá, el llamamiento
de La Mesa Social Por la Paz, una iniciativa que ofrecen diversos procesos
sociales, religiosos, políticos y sindicales a todo el país, sin excepción. En
primera instancia al bloque popular, los sectores sociales, los partidos y
movimientos, a todos y todas las que encuentren en la coyuntura la posibilidad
de disputar nuevos escenarios democráticos. Un espacio para construir un gran
dialogo nacional que ponga el acento en las transformaciones que necesita un
país en paz. Que discuta también con los empresarios, con los militares, con
los sectores de derecha que coinciden con la necesidad de reformas sociales y
aún con aquellos que consideran que el país no necesita cambios.
Dos grandes retos tenemos. El primero: desarrollar propuestas
metodológicas que garanticen que la voz de las comunidades organizadas se
materialicen en propuestas políticas, sociales y económicas para ese nuevo país, y construir un escenario en donde esas propuestas se
disputen con posibilidades reales de éxito. El segundo y tal vez el más
necesario y por tanto complejo, es conseguir la atención y la participación de
los sectores no alineados, como los llamaría Camilo Torres, que son la mayoría.
Esos sectores a los cuales o no les llama la atención los asuntos políticos y
el futuro del país o simplemente no creen en la posibilidad del cambio.
Cualquiera sea la razón de su rechazo o indiferencia, la construcción de un
momento propicio para la transición hacia la democracia y la paz pasa por
alcanzar estos dos retos. Ya las Farc y el ELN están haciendo lo que les
corresponde, y también, a su manera, están abriendo espacios para que el país y
la nación los aprovechen en beneficio de todos y todas. Aunque es frase de
cajón, la esperanza es lo último que se pierde.
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