Por Juan Pablo Giraldo Arango
Central Hidroeléctrica El Popal - Cocorná | Foto: Periferia |
El
pasado 2 de julio, con la visita del ministro de medio ambiente y desarrollo
sostenible Gabriel Vallejo López, se dio a conocer en conjunto con CORNARE, la
declaratoria de 11 áreas protegidas contra el desarrollo de actividades mineras,
con un total de 101.704.46 hectáreas (Ha.) en zonas representativas de la
mayoría de los municipios del oriente antioqueño. De esta forma se garantizaría
la conservación del patrimonio biológico y de referentes culturales para la
región como laboratorios naturales de agua y oxígeno, y corredores biológicos
para la vida. Si bien es necesario reconocer la importancia de este hecho, hay
que mirarlo con detenimiento para evitar pensar que esta será la garantía
definitiva de la ausencia de proyectos extractivos a gran escala y por el contrario, podría abrir paso a una
primavera minera en la región. El tema alcanza especial relevancia al tener en
cuenta la historia del conflicto y el papel fundamental que jugó la
implementación de proyectos hidroeléctricos y mineros durante las últimas
décadas para el surgimiento y fortalecimiento del
conflicto en el Oriente antioqueño.
¿Por qué la declaratoria de áreas protegidas libres de minería?
Una primera razón tiene que ver con el
hecho de que el código minero (Ley 1382 De 2010) fue declarado inexequible por la Corte
Constitucional debido a que no tuvo en cuenta el derecho constitucional de las
comunidades negras e indígenas a la consulta previa en sus territorios. El
vacío legal que la falta de código generó abría la posibilidad de que grandes zonas del territorio nacional fueran
usadas para minería (del oriente antioqueño un 90% se declararía apto para
estudios o desarrollo de actividades mineras). El gobierno expidió entonces el
decreto 1374 de 2013, que establece parámetros para que las Corporaciones
Autónomas Regionales declaren de manera temporal unos territorios de reserva de
recursos naturales, dejando el resto del territorio en disposición para que se
autoricen exploraciones y explotaciones mineras si es el caso.
CORNARE fue la primera corporación que
entregó el estudio del total de su territorio, diferenciando las zonas
protegidas bajo dos conceptos distintos. El primero denominado Reservas
Forestales Protectoras (RFP), donde además de la minería queda prohibida la
exploración, explotación y refinación de hidrocarburos; extracción de flora y
fauna; desarrollo de actividades urbanísticas e industriales y la introducción de
especies foráneas de fauna y flora. Bajo este concepto se cobijan cuatro áreas.
Y el segundo concepto fue el de los llamados Distritos De Manejo Integrado
(DMI), entendidos como un espacio delimitado para que dentro de los criterios
del desarrollo sostenible se ordene, planifique y regule el uso y manejo de los
recursos naturales renovables y las actividades económicas que allí se
desarrollen, cobijando las restantes siete áreas.
La segunda razón tiene que ver con las
recientes acciones populares de los pueblos de varias regiones (Cajamarca – Tolima,
Pueblorrico y Támesis – Suroeste antioqueño), donde, a través del mecanismo de
consulta popular, las comunidades rechazaron la arbitrariedad de las Corporaciones
Autónomas Regionales, de la Agencia Nacional Minera y del Ministerio de Medio Ambiente
en el otorgamiento de licencias y títulos sin consultar previamente a las
comunidades afectadas. En general, estas consultas rechazaron la explotación minera
a gran escala por parte de multinacionales. Estas iniciativas estabas siendo
tomadas en cuenta por la “Mesa de comunicaciones No a la minería” del Carmen de
Viboral, que el pasado 9 de mayo presentó un derecho de petición respaldado por
1.246 firmas y lo radicó ante el alcalde Néstor Martínez Ramírez, para promover
una consulta en la comunidad acerca de su opinión sobre la presencia de la gran
minería en sus territorios.
Antes
de que la acción democrática arrojara resultados y ante la gran difusión de la
consigna “no a la minería”, CORNARE y el Ministerio de Medio Ambiente generaron
afanosamente la noticia de “excepción minera en el oriente” con el fin de dar
un “golpe de opinión” y evitar la consolidación de la fuerza popular. De esta
forma los cañones del Melcocho y Santo Domingo, los cerros de San Nicolás, El
Capiro, etc., fueron incluidos como zonas de reserva de recursos naturales, por
ser los mas preciados referentes culturales y paisajísticos de las comunidades.
Con
la noticia difundida ampliamente entre sectores populares, muchos dieron por
hecho que se les cerrarían las puertas definitivamente a las multinacionales
mineras. Inclusive algunos medios masivos publicaron titulares como “el oriente
a salvo de minería”, provocando un clima de satisfacción general que contagió a
muchos.
Lamentablemente la realidad, si se piensa en
cifras, es muy distinta. Con las nuevas zonas de reservas serían 161.000 ha.
protegidas en el oriente Antioqueño que representan solo el 20% del total del
territorio. Muy poco comparado con el 37,6% que ya se encuentra bajo algún tipo
de licencia o concesión minera, o el 80%
que no está protegido bajo ninguna figura y puede ser solicitado, explorado y
explotado.
El
silencio que hay detrás de estos vastos territorios amenazados está relacionado
con las recientes oleadas de violencia. Los territorios que hoy no están bajo
ninguna figura protectora y no evidencian dolientes, generalmente fueron
arrasados por el conflicto. Es el caso, por ejemplo, de los territorios
limítrofes de El Carmen de Viboral, Santuario y Cocorná, en donde contamos al
menos 4 sistemas hídricos (Quebrada San Matías, Q. la Hundida, Q. Cadavid, y
Rio Cocorná), que no fueron incluidos en la declaratoria, y nadie parece lamentarlo.
Sobre
ese 80% del territorio que no hace parte del más reconocido por pobladores e
instituciones, gravitan desde hace décadas los intereses de las transnacionales
mineras. Por ejemplo, los estudios de viabilidad para el proyecto
hidroeléctrico de la represa de Porvenir I se iniciaron en 1986. Y éste quedó
paralizado durante más de dos décadas por las condiciones de seguridad que se
deterioraron con el conflicto armado.
Esta
situación se revierte con la consolidación de una política de seguridad en la
región y el aumento de la presencia de las fuerzas armadas estatales y el
paramilitarismo, lo cual obligó al repliegue de los grupos guerrilleros. 25
años después y con estos territorios ya desolados, se abrió nuevamente el camino para la
continuación de dichos proyectos. Un ejemplo es la nueva microcentral hidroeléctrica
promovida por la empresa Generamos Energía que se construirá en la quebrada La
Hundida, captando el 50% de sus aguas. O la compra de predios en el cañón del
Río Cocorná por Anglo Gold Ashanti en busca de oro. Estos sucesos reflejan cuán
lejos estamos de una verdadera excepción minera para el oriente antioqueño.
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