viernes, 7 de agosto de 2015

La memoria como herramienta en la lucha de clases - Editorial 108

No todo tiempo pasado fue mejor; de hecho, para los pobres y oprimidos la humillación a la que los poderosos los han sometido ha cobrado siempre las más variadas formas de la infamia. Sin embargo, la historia no ha sido ni mucho menos un escenario apacible, sin tensiones ni luchas; por el contrario, como bien lo declarara Marx, ha sido desde siempre el escenario de la lucha de clases, los oprimidos en general no han aceptado nunca como natural el yugo que los poderosos quieren imponerles y no solo se han levantado contra este sino que han desarrollado múltiples propuestas para construir una sociedad libre de toda opresión.

Y esta lucha de clases no se desarrolla solo en el plano material, como una lucha por el control y administración de los recursos, sino también en el plano ideológico como una lucha por la legitimación de ciertos proyectos de sociedad que favorecen o bien la libertad o la opresión. La construcción de la memoria de los pueblos que han resistido a todas las formas de opresión es una estrategia privilegiada en esta lucha, porque impide que los sueños y proyectos por los  que lucharon pierdan legitimidad solo por haber sido aplastados por la violencia de quienes en su momento detentaban el poder.

Esta reflexión podría ayudarnos a poner sobre la memoria de nuestros procesos populares nuevas miradas, ahora que desde las negociaciones entre el gobierno y la insurgencia se promueve la reconstrucción de la memoria del conflicto. La memoria es algo que nos pertenece a todos, es el legado fundamental de nuestros pueblos y todos tendríamos que estar comprometidos con su rescate y conservación, sin delegársela exclusivamente a determinadas comisiones oficiales. La memoria no se reduce a la recordación de ciertos acontecimientos y personajes significativos en las luchas de los pueblos; es ante todo la actualización de esas luchas.

En este sentido la construcción de la memoria de los oprimidos es una responsabilidad ética y política nuestra con las generaciones pasadas y futuras, pero sobre todo una posibilidad concreta de transformación del presente. Con el pasado, porque la actualización de esta memoria dignifica las luchas de los que cayeron en la tarea de construir una sociedad mejor y le da un sentido a sus vidas para que no se queden enterradas en el olvido de la desmemoria que promueve por doquier el poder; con el futuro, porque en aquellas luchas, en las formas organizativas que los pueblos han tejido a lo largo de la historia, en las formas culturales y artísticas que han desarrollado, en las diversas formas de economía popular, cooperativa y solidaria que el capitalismo y todas las sociedades basadas en la propiedad privada han aplastado, está también la semilla y la fuerza para derrotar la explotación y la opresión.

Finalmente, la memoria nos dice que nuestras luchas nunca empiezan de cero, que ellas se nutren de la sabiduría práctica y teórica acumulada por los pueblos del mundo en sus luchas históricas. Desde la lucha de Espartaco y sus amigos para conquistar su libertad en las antiguas sociedades esclavistas, pasando por las formas organizativas de los campesinos en sovietz en la Rusia de Trotsky y las organizaciones autogestionarias y anarquistas en la segunda República Española, hasta las formas de organización promovidas por los indígenas zapatistas en el México neoliberal de la globalización. En Colombia habría que destacar, por ejemplo, las luchas de los comuneros a finales del siglo XVIII, La Sociedades democráticas organizadas por los artesanos en el siglo XIX y las luchas de la Asociación de Usuarios Campesinos e indígenas para recuperar y trabajar colectivamente la tierra en el siglo pasado.

La memoria de estas luchas como actualización implica apropiarse de ese legado y volverlo a poner en acción, darles vida, encontrar para estas experiencias un lugar en nuestras luchas contemporáneas y en nuestras formas de organización social, cultural y económica. Eso en la Colombia de hoy cobra un significado especial, pues el establecimiento ha hecho un uso perverso y malintencionado de su lucha contra la insurgencia (que hoy reduce a una simple lucha contra el terrorismo), identificando con esta toda forma de lucha y organización popular que pretenda no solo cuestionar el status quo sino construir autónomamente otras formas de vida por fuera del mercado y de la égida del poder estatal. Con ello ha querido deslegitimar desde el principio cualquier forma organizativa y de lucha de los sectores populares en Colombia.

La tarea de la memoria como actualización en este caso significa devolverles a estas luchas su dignidad y legitimidad, y sobre todo reconocer en ellas todavía su fuerza transformadora, el potencial que nos legaron para construir otras formas de economía, relaciones solidarias entre los hombres y con la naturaleza, caminos para la creación artística y la lúdica desde la vida misma de las comunidades, etc.

Así, vale la pena recordar que antes de que existieran las FARC, el grupo de campesinos que la conformaron eran ante todo un grupo de autodefensa campesina que defendía un proyecto de economía campesina, solidario y cooperativo, al que el Estado le declaró la guerra por considerarlo un proyecto de “República Independiente”. Pero aún antes de la creación de estos proyectos, impulsados de alguna manera por la guerra misma de la élite contra los campesinos pobres, éstos ya habían experimentado y desarrollado una cultura de trabajo, de alguna manera heredada de las tradiciones indígenas, como los convites y la mano prestada, con la que se dinamizó la construcción de barrios y veredas por toda Colombia.

La construcción de nuestra memoria histórica, entonces, no se limita a la reivindicación de nuestros muertos sino que recobra los sueños y proyectos por los que entregaron sus vidas. Implica ejercicios de investigación que pongan de nuevo a nuestro alcance las diversas formas de organización y de trabajo de los sectores populares en Colombia para oponerse a la opresión del capital. Y esto no solo como una forma de ampliar nuestro conocimiento de la historia desde los sectores populares sino como la manera de no declarar el pasado como clausurado y aceptar nuestra actual realidad como algo natural y definitivo. El pasado de los oprimidos sigue vivo y es la fuerza que alimenta nuestras luchas, la posibilidad de preñar el presente con otros mundos posibles.

Podríamos, además, recuperar aquí otra dimensión de la memoria como la memoria del presente, amenazada siempre por el bullicio de la industria cultural que lo banaliza todo y lo convierte en mera información efímera y vacía. Quienes hoy luchamos por recuperar la memoria del pasado hemos también de sentirnos, por nuestra sensibilidad y compromiso con una sociedad digna, testigos de excepción de todo lo que el capitalismo neoliberal pretende imponernos como natural, de cómo el mercado pretende incorporar a su órbita todos los ámbitos de la vida, negando con ello la vida misma. Así, la memoria se convierte hoy en una arma fundamental para defender la vida de su mercantilización como un fenómeno que quiere instaurarse en el orden de lo natural y definitivo. Aquí dejamos también testimonio de nuestra resistencia.

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