Artículo publicado en la Edición impresa 115 (Marzo - Abril 2016) de Periferia Prensa Alternativa
Por Equipo
Periferia Eje Cafetero
Foto: Tomada de www.samanacaldas.net.co |
Campesinos, campesinas e indígenas de
los municipios de Samaná, Riosucio, Pensilvania y Salamina, con el
acompañamiento del Centro
de Investigación y Desarrollo sobre Conflicto, Violencia y Convivencia Social (Cedat) de la
Universidad de Caldas, realizaron un ejercicio de reflexión y recuperación de
la memoria de la experiencia vivida desde el origen del conflicto en sus
territorios, hasta el proceso de restitución de tierras en el que las familias
participan actualmente. Estas reflexiones fueron presentadas por las víctimas
en el marco del Foro Público de Restitución de Tierras en Caldas realizado en
noviembre del año pasado.
“Así
vivimos el conflicto armado en el territorio”
Las décadas de los sesenta y setenta fueron
prósperas para el corregimiento de Florencia en Samaná, Caldas. En ese
entonces, según sus habitantes, el comercio creció, las vías del pueblo se
pavimentaron, se construyeron el centro de salud, el parque, la carretera y escuelas
y colegios en el campo; entre otros espacios públicos.
Sin embargo, en los años 90 empezó una disputa
entre familias del municipio por las influencias políticas de los partidos
tradicionales y la presencia de la insurgencia. En 1996, según lo relatan,
empezó en los territorios el impacto de la guerra política; el frente noveno de
las FARC-EP realizó su primera toma guerrillera en la cabecera municipal. En
1997 los grupos armados hicieron una división territorial: las FARC-EP se
ubicaron en la zona de los Cristales, Arboleda, Pueblo Nuevo y la zona alta de
Samaná, mientras que los paramilitares de las Autodefensas Unidas de Colombia y
los hijos de Ramón Isaza ocuparon la región del Magdalena Medio hasta la Laguna
de San Diego.
En 1999 ocurrió la segunda toma guerrillera a
Florencia. Cuentan los habitantes que calló un cilindro de gas a la iglesia y
que la gente corría a resguardarse para defender su vida, y a causa de esta
toma se desplazaron muchas familias, se generalizó la violencia y la policía
abandonó el pueblo. Por esa época, según relata un campesino, la caída del
precio del café y la llegada de la roya, coincidieron con el incremento de los cultivos
de coca auspiciados por los grupos armados, que al final quedaron dominando el
territorio ante la ausencia del Estado.
A partir del año 2000 las cosas empeoraron. Cuentan
que la guerrilla les dejaba tres caminos: Incorporarse a ella, morir tras ser
amenazados, o irse del pueblo. La decisión fue irse para San Diego. En el año 2002,
la guerrilla destruyó el puente que comunicaba el Río Manso con San Diego y
amenazaron con quemar el casco urbano. Esto causó que en dos horas las familias
huyeran abandonando su pueblo con rumbos diferentes.
Pero los hechos más críticos, que no se borran de
la memoria de la gente, se dan con la arremetida de los paramilitares. El 14 de
noviembre de 2001 ocurrió una masacre en la vereda El Congal, y el 19 de enero
de 2002 entraron los paramilitares: “todos corrimos de miedo, entraron quemando
el caserío, así la vida era insostenible y nos tuvimos que desplazar, algunos
nos fuimos para la vereda El Volcán, y entre el 2003 y 2007 a raíz de los constantes
enfrentamientos armados nos tocaba echar pal monte a escondernos hasta quince
días. En esa época hubo desapariciones forzadas y una gran incursión de frentes
paramilitares en la zona”. Comentan los campesinos.
Cuentan además que a raíz de la situación, en
marzo del 2004 después de una reunión de los presidentes de Juntas de Acción Comunal
con el general de la policía Rodolfo Palomino, empezaron a asesinar a los
líderes y sus familias. Algunas de las víctimas fueron líderes de la vereda el
Bosque, la Cumbre y Quebrada Seca, y en total fueron asesinados siete líderes
de Juntas de Acción Comunal.
La zona quedó bajo el control paramilitar. En
volquetas se transportaban los alimentos para los frentes paramilitares,
mientras que a los campesinos les revisaban sus mercados cuando regresaban del
pueblo los domingos hacia sus veredas, y si tenían más de 30 o 40 mil pesos en
comida, les acusaban de transportar víveres para la guerrilla.
En el 2005 toda la comunidad de la vereda el
Bosque se desplazó. Con las fumigaciones aéreas a cultivos ilícitos se afectaron
los cultivos de pan coger, las fuentes hídricas como ríos y quebradas se
contaminaron y mucho ganado murió. Recuerdan además que en el 2006 las familias
de Florencia se desplazaron a causa de los atropellos que el Ejercito Nacional
de Colombia venía realizando a la población.
En el 2011 inició el proceso de desminado
humanitario en los territorios, y desde el Estado se impulsaron dos programas
llamados “Familias en su Tierra” y “Familias Guardabosque”, ambos de asistencia
social a población víctima del conflicto armado.
En la actualidad, las familias y víctimas del conflicto armado se encuentran
participando del programa de Restitución de Tierras, un programa que desde el
Estado es denominado como “el
derecho que tienen las víctimas a que se les devuelva su predio cuando éste fue
despojado o abandonado a causa del conflicto armado”.
Foto: Tomada de La Patria. |
Caldas según el Registro Único de Víctimas (RUV)
es el departamento del Eje Cafetero con mayor número de hechos victimizantes
(150.879, a septiembre de 2015). Carolina López trabajadora social del Cedat,
quien acompañó el trabajo de campo en el municipio de Samaná cuenta que a
noviembre de 2015 solamente estaban iniciados 95 casos para Caldas, un número
bajo con relación al número de víctimas registradas en el departamento. Así
mismo apunta que las víctimas son conscientes que el proceso apenas comienza,
pero advierte que “la tarea del Estado no solamente es devolver las tierras a
quienes fueron despojados de ella, sino generar procesos que permitan el
retorno y la restitución de condiciones relacionadas con la totalidad de la
cadena productiva y la vida de sujetos, familias y comunidades. Además se
requiere reparar por pérdida a quienes por razones diversas, no están
dispuestos al retorno”.
Para los campesinos y campesinas del municipio de
Samaná, el retorno a sus territorios se convierte en un símbolo de esperanza,
pero advierten que les preocupan las condiciones de seguridad y económicas, y
el impacto social y ambiental de los megaproyectos hidroeléctricos que
afectarían a sus territorios. Como dijo un campesino en uno de los talleres
realizados por el Cedat: “Ojalá mis palabras no sean ciertas, pero a futuro lo
veo, que a nosotros nos van a volver a desplazar por el uranio y el agua”.
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