Imagen: Colectivo Espora |
Mientras se dirigía hacia Los Galvanes, un
establecimiento público que queda en el
barrio Villa Echeverry de este municipio, William pensaba en la difícil
situación de seguridad de su gente, en las amenazas que recientemente habían
llegado a los líderes de su organización, y seguramente en el futuro de ese
territorio rico y exuberante que durante décadas con su comunidad, a punta de
propuestas autónomas, agroecológicas y sociales, han disputado palmo a palmo
con los paramilitares, las transnacionales y el Estado. Los mismos que hoy en
medio de un proceso de paz los hostigan.
Ya en el establecimiento Los Galvanes, William se relajó,
tal vez estaba recibiendo la fresca brisa, escasa por estos días, mientras
conversaba con una líder comunal. En ese momento llegaron unos sujetos y le
propinaron varios disparos. Eran las 5:30 de la tarde aproximadamente, con la
oscuridad de la noche llegó el último aliento de su existencia y con ella se
apagó la luz de los ojos del líder de 43 años de edad.
La imagen de William Castillo allí desplomado, se repite.
Era como ver a Daniel Abril, el ecologista y líder comunitario de Casanare,
asesinado en idénticas circunstancias el 7 de noviembre de 2015, hace
apenas tres meses y medio. Y si la forma
en que quedaron los cuerpos no es la misma, y si los pensamientos que
acompañaron sus últimos suspiros fueron
otros, eso no importa, hay que recordarlos así porque se lo merecen; lo que
duele mucho, causa rabia y sí importa es que estos crímenes se hayan consumado a
pesar de ser muertes anunciadas.
Y aunque la muerte les llegó a muchos otros líderes en
diferentes formas, los hechos son los mismos.
“Fuerzas oscuras” secuestraron, desaparecieron y asesinaron a Carlos Pedraza hace un año y hasta hoy no
ha sido hallado un responsable de este crimen. La muerte devoró a 69 líderes
sociales en diferentes circunstancias en el año 2015, según cifras de la Organización
de Naciones Unidas. En todas ellas la
responsabilidad del estado salta a la vista por acción u omisión. También salta
a la vista el silencio e invisibilización de los medios masivos de información,
que no solo ocultan la realidad sino que siguen alimentando la matriz mediática
que señala a líderes sociales y populares como estorbos para la sociedad; en
consecuencia, a esta le da lo mismo uno o mil muertos.
El 28 de febrero de 2016 fue asesinada presuntamente a manos
de paramilitares Marisela Tombe, lideresa comunitaria del Congreso de los
Pueblos, en el municipio de El Tambo, departamento del Cauca. Dos días después en Popayán, sicarios
acabaron con la vida de Alexander Oime, gobernador indígena. Cinco días después
en Soacha, al sur occidente de Bogotá, fue asesinado el líder de la Juventud
Comunista Klaus Zapata y ayer, siete de marzo William Castillo, estos dos
últimos líderes pertenecientes a la Marcha Patriótica. En las noticias de la
noche del siete y ocho de marzo, día en que escribimos esta editorial, ningún
medio radial o televisivo había informado sobre este lamentable hecho. El mismo
ocho de marzo al medio día, la noticia sobre el municipio de El Bagre, era el
asesinato de dos soldados presuntamente a manos del ELN; sin embargo sobre el asesinato de William no
se dijo una sola palabra. Al parecer, para los medios masivos de información,
unos muertos valen más que otros.
La mayoría de líderes asesinados pertenecían al Movimiento
Social y Político Marcha Patriótica, de gran protagonismo en las más recientes
movilizaciones sociales y sin lugar a dudas actor político de importancia en el
actual proceso de paz. Si no tuviéramos razón en nuestras radicales posturas
frente a los medios masivos de información, si la sensibilidad humana y la cultura
democrática fueran valores protegidos y
promovidos desde todos los escenarios educativos, sociales y políticos y por la
sociedad en su conjunto, todos los crímenes y en especial los recientes asesinatos de esos cuatro
líderes sociales, hubieran causado
conmoción y repudio nacional o una suspensión temporal de la mesa de diálogos
de La Habana, por ejemplo; así ocurrió el año pasado, cuando fueron asesinados
11 militares en el Cauca.
Debía haberse adelantado una jornada de protesta. Una
exigencia unánime de todos y todas, de las llamadas fuerzas vivas del país por
el cese de los crímenes políticos, por el desmantelamiento de las estructuras
paramilitares (visiblemente reactivadas en todo el territorio nacional), por el
fin de la componenda que mantienen a ojos vistos los sicarios, las Bacrim y los
paramilitares con las fuerzas militares y el estado.
El país, los partidos políticos y la sociedad en general siguen presenciando inermes la debacle, o peor, siguen indiferentes y ni siquiera se dan por enterados que existe una debacle. Como en las décadas anteriores, el estado, las instituciones, las élites y todos los grupos armados a su servicio, siguen matando a sus mejores hijos e hijas. Si esta es la cuota inicial del posconflicto, entonces no existen condiciones para construir esa paz que el gobierno llama estable y duradera. Por eso, aunque parezca dura y pesimista la pregunta: ¿A cuántos muertos estamos de la paz?
El silencio de los sepulcros sigue siendo el destino para
estas almas que dieron su cuerpo por la justicia y la transformación social. Paz
en la tumba de todos nuestros compañeros y compañeras caídos en esta lucha. Ante
la injusticia y la impunidad, ni un minuto de silencio.
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