Artículo publicado en la Edición impresa 114 (Febrero - marzo 2016) de Periferia Prensa Alternativa
Por:
Eberhar Cano Naranjo*
“Con tales convicciones, el grupo Golconda se
dio a denunciar las injusticias estructurales y a apoyar las luchas de todos
los sectores que buscaban cambios radicales en una sociedad hundida en las más
aterradoras injusticias y violencias contra los más débiles” Javier Giraldo
Moreno.
1968 es un referente histórico de las
luchas de los movimientos sociales en el mundo. El histórico Mayo Francés, la matanza de Tlatelolco, México y el
triunfo comunista en Vietnam, son acumulados y experiencias en la disputa por
un mundo mejor.
América Latina no era la excepción.
Bajo esta efervescencia Colombia se preparaba para recibir al papa Pablo VI
–primero en visitar América Latina –, quien
celebró el Congreso Eucarístico Internacional en Bogotá y la II Asamblea
General de la Conferencia Episcopal Latinoamericana (CELAM) en Medellín.
Estos hechos no eran simple casualidad
o voluntad del vaticano por congregar a sus fieles colombianos. Para este año,
bajo la presidencia de Carlos Lleras Restrepo, el país atravesaba por un
difícil contexto, expresado en un creciente conflicto armado en los campos, desempleo,
alzas a las tarifas de transporte y de servicios, y en una agudización de la
desigualdad a razón de las formas de acceso a la tierra y la distribución de la
riqueza.
Además de los sectores clásicos que
abanderaban estas luchas (obreros, estudiantes, campesinos, etc.), tuvo
resonancia un sector que marcó un hito en la historia de nuestro país: el clero. Muchos sacerdotes sumados a
reivindicaciones de los sectores empobrecidos, comenzaron a manifestarse en
contra del Estado y las realidades de opresión, para aportar a solucionar los problemas
estructurales de la sociedad colombiana. Además pusieron el debate sobre el
papel de la iglesia, quien parecía cómplice en la dura realidad de miles de empobrecidos
que no gozaban de vida digna.
Así, se inició un proceso que tuvo su
punto de partida en la reunión en Golconda, municipio de Viotá (Cundinamarca),
donde 50 sacerdotes comprometidos con el papel histórico de la liberación, se
congregaron bajo la encíclica Populorum
Progressio para hacer un análisis de la realidad colombiana y trazar una
ruta común que le hiciera frente a las problemáticas del país.
“Los curas rebeldes” y la iniciativa
de la “Rebelión de las sotanas”, pretendieron abrir la polémica en torno a la
participación de la iglesia en los problemas sociales. La herencia religiosa
que tienen Colombia y muchas sociedades latinoamericanas fue un asunto motivador
para que sacerdotes y religiosas emprendieran una propuesta de acción
colectiva, en búsqueda de hacer efectivo el amor al prójimo pobre y excluido.
El mensaje de Camilo Torres Restrepo motivó
enormemente el nacimiento de Golconda como “una
actitud pastoral militante tendiente a eliminar todas aquellas circunstancias
que conspiran contra la dignidad humana”.
Sus objetivos eran claros, ir más allá de la institución eclesial e
institucionalizada y hacerle frente, junto con los empobrecidos, a los
problemas de índole social, económico y político presentes en el contexto de
miseria por el que atravesaban muchos colombianos y colombianas.
Un elemento importante iniciado por
Camilo y continuado por Golconda, fue la concepción del poder. Esta concepción
se enmarcaba en un difícil contexto de agudización de los problemas sociales y
de marginación de las clases populares, el poder era una necesidad para
solventar todas estas graves problemáticas que impartían las oligarquías a
diestra y siniestra.
Para el grupo de Golconda, en cabeza
de Monseñor Gerardo Valencia Cano, “el obispo rojo”, el poder no debe estar administrado por una
minoría, y peor aún, no puede ser entendido como el ejercicio
institucionalizado de las políticas y la administración de recursos; debe
entenderse como la mejor arma de los empobrecidos para luchar por la dignidad y
por lo común y debe fortalecer las estrategias de unidad, organización y fe,
que junto con la conciencia de la clase
popular, muestra el derecho que tiene el pueblo a ejercer de manera apropiada unas
condiciones sociales de vida más justas para todos y todas.
Estos conceptos fueron acogidos en un
documento público que se llamó “Documento
de Buenaventura” publicado en la misma ciudad del 9 al 13 de Diciembre de 1968, y que, acordaba sus reflexiones en tres
puntos específicos: Análisis de la situación colombiana; reflexión a la luz del
evangelio; y Orientaciones para la acción. Estos apartados evidencian la conciencia
política, económica y social más avanzada que, se supone, debe poseer una
persona para ser “un verdadero cristiano” que opta por su hermano oprimido y
trae a la realidad el evangelio de Jesús.
Esta concepción política del evangelio
llevó a reacciones por parte de la institucionalidad, quien respondió con la
revista CREDO, órgano oficial del grupo tradicionalista de jóvenes cristianos
colombianos, contra la penetración de ideas renovadoras (y revolucionarias) en
los distintos medios religiosos, sociales, educativos y políticos del país.
Bajo este arremetida, Golconda fue
estigmatizado como un movimiento de “insurrección de las sotanas” o “empresas
estimulantes de odios y de violencia” (Titulares del periódico El Tiempo el 21
de diciembre de 1968), lo que en términos socio-políticos ponía un nuevo actor
en la lucha política e incluso en la creciente revolución armada en el país.
La esencia de este compromiso
cristiano no fue más que una demostración de un verdadero compromiso y un
principio ético desde “el amor eficaz” inspirada en el mensaje de Camilo Torres
Restrepo; un principio cimentado bajo los valores de la igualdad, la
fraternidad y la dignidad de todos los seres humanos, y que potenciaba una
conciencia política, económica y social que busca construir el reino de dios en
la tierra.
René García, sacerdote firmante del
documento, decía que “El sacerdote está colocado en el centro de nuestra
circulación económica, y esto le permite ser un dinamizador fundamental en el
desarrollo de la lucha contra el capitalismo”. Esta afirmación fue también
utilizada en la apuesta de las llamadas Comunidades Eclesiales de Base (CEBs) que eran más que una
corriente de pensamiento y se configuraban como una forma de la iglesia en el
movimiento popular, que buscaba no solo reivindicar el papel del empobrecido
dentro de la iglesia, sino también su papel protagónico en la construcción de barrio,
comuna, país y sociedad. Terminaron por apostarle a la soberanía territorial,
denuncia, reivindicación del papel de la mujer, comunicación popular y demás
elementos que hicieron parte de las luchas de la clase popular colombiana.
En general, la existencia de Golconda
no se reduce únicamente a un encuentro de 50 sacerdotes, sino que por el
contrario sus miembros fueron ante todo militantes
de la vida que reclamaban cambios profundos en la estructura social
colombiana. Aunque su existencia fue corta, Golconda tiene repercusiones hasta
nuestros días y es referente para muchos procesos sociales.
Aunque su existencia ha querido ser
borrada de la historia de las luchas en Colombia, esta experiencia organizativa
ligada a la Teología de la Liberación, ha
conseguido en cierta medida desenmascarar todos los efectos de la
globalización, el neoliberalismo, la pobreza, la exclusión, se ha opuesto al
pensamiento único, e incluso ha señalado la vigencia de un socialismo desde los
pobres, y además, ha reivindicado el papel de la mujer dentro de la estructura
social.
*Miembro
del Colectivo Camilo Vive-Medellín
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