Artículo publicado en la Edición impresa 113 (enero - febrero 2016) de Periferia Prensa Alternativa
Foto: Marcelo Aranda |
Por Ariel Dacal Díaz
Cuba
camina hacia su reconstitución. El proceso vivido en los últimos años al
interior de la sociedad cubana, movido por la necesidad de que se hiciera una
revisión integral de las estructuras económicas, políticas y sociales en la
Isla, así lo confirma. Si bien se mantiene el consenso de que el cambio es
necesario en todos los ámbitos y niveles de la sociedad cubana, las preguntas
de ¿qué hacer? y ¿cómo hacerlo? abren un campo de diferencias importantes. Este
hecho implica que las valoraciones sobre el proceso de reformas en curso sean
variadas.
Visto así, sería necesario más que describir el contexto con
sus vicisitudes y satisfacciones, compartir como pregunta central ¿a qué tipo de
sociedad estamos apostando? y ¿cómo puede concretarse esta en nuestra vida
cotidiana? Las comprensiones y las acciones afines sobre esa sociedad por la
que se apuesta son diversas. Existen al menos tres tendencias cuyos rasgos
conviven y se disputan en Cuba hoy:
1) Una sociedad tendiente a hacer más “eficiente” el
socialismo estatista centralizado, en el que desde las estructuras centrales se
diseñan y deciden las políticas a todos los niveles sociales, cuya modificación
esencial es una mayor liberalización económica; 2) Una sociedad tendiente a una
redefinición socialista basada en el autogobierno y la autogestión
territorial/comunitaria, donde las cubanas y los cubanos diseñemos, decidamos y
controlemos, de manera cooperativa y solidaria, las políticas comunitarias,
territoriales y nacionales; 3) Un modelo social que tiende a la asimilación
creciente y acrítica de relaciones sociales de producción capitalistas donde el
consumismo, el individualismo y la mercantilización de nuestras relaciones
sociales ganan terreno; donde se acrecientan las inequidades sociales, al
tiempo que el pueblo se mantiene en la periferia de las decisiones políticas
fundamentales.
Para medir el alcance dramático de este contexto parto de lo que
ha sido la Revolución cubana, es decir, su historia, contenidos, tensiones y
desafíos como hecho revolucionario y liberador.
1959 condensó en triunfo las luchas revolucionarias de la
nación cubana, que han contenido esencialmente la independencia nacional y la
justicia social. Tales contenidos ganan especificidades en diversas épocas,
destacándose la república de todos y para el bien de todos, la dignidad
nacional en la dignidad popular, el antimperialismo, el internacionalismo y el
anticapitalismo.
Foto: Marcelo Aranda |
Este triunfo implicó la radicalidad política como práctica
transformadora. Esta impactó las estructuras del capital al desmercantilizar
los derechos humanos: educación y artes, salud, empleo, vivienda. Encausó
además la distribución igualitaria de las riquezas, una de cuyas bases fue la
solución del problema agrario. En su impulso radical, 1959 condicionó la
politización de la sociedad, y concretamente, la inclusión del sujeto popular diverso
en la gestión política.
Aquella pretensión cubana surcó el
conflicto geopolítico entre dos polos que marcaron la época de su surgimiento:
Estados Unidos encabezaba la opción capitalista y la URSS encabezaba la opción
por el socialismo. Este conflicto, al mismo tiempo, condicionó el curso del
proyecto revolucionario cubano. De un lado, la política estadounidense de
aislamiento, hostigamiento y desconexión de las relaciones comerciales que
dominaban la economía y la política en Cuba. Del otro, la Unión Soviética abrió
una nueva relación estratégica, encaminó el comercio cubano hacia nuevos actores,
y brindó respaldo militar para la defensa del naciente gobierno revolucionario.
Organizar la justicia social y a la
par garantizar la independencia nacional fue un desafío dramático para Cuba en
aquellas circunstancias. El proyecto revolucionario nacional enfrentó complejas
tensiones, en las cuales asumió el derrotero socialista como condición de
posibilidad para su realización.
La relación estratégica con la URSS
consolidó, extendió y estructuró en Cuba una comprensión del socialismo que, al
tiempo que garantizó niveles sin precedentes de igualdad social, dignidad
personal y derechos humanos desde la inclusión social, así como la protección
militar para la defensa de la independencia nacional, entrañó un orden político
que contuvo la capacidad creadora de la clase trabajadora en particular y de la
ciudadanía en general.
Este modelo socialista implicó la consagración del Estado
como proveedor fundamental para el desarrollo material y político de la nación. La estatalización de la propiedad fue un
rasgo determinante de esa consagración. En el centro de aquel diseño se sitúa
el partido único, instrumento de la vanguardia revolucionaria que asumió el
gobierno del proyecto socialista. La vanguardia, a través del partido y el
Estado, concentró a todos los niveles el diseño, decisión y control de las
políticas públicas. En este escenario se consolidó un sector burocrático derivado
de la comprensión de vanguardia, erigida como mediadora entre los sectores
populares y el proyecto de la revolución.
Este modelo tendió a la administración de la Revolución por
decreto, a la monopolización de la verdad y a la limitada posibilidad de
crítica social y articulación de disensos sobre las políticas. Como resultado,
se gobernó en nombre del pueblo y de los trabajadores, no desde ellos, lo que
pone límites a la política en tanto acto social cotidiano. Los trabajadores se
constituyeron en objeto de los beneficios sociales, pero no en sujetos para la
conformación y control de estos.
La herencia ideológica soviética, base estructurante del
diseño sociopolítico asumido por el proyecto revolucionario en Cuba, desatendió
la especificidad y complejidad de los conflictos y acumulados históricos de la
nación cubana. Reforzó la comprensión economicista del socialismo y el
determinismo histórico que le es consustancial. El socialismo se asumió como meta
de llegada y no como tránsito a una sociedad que desmontara todas las formas de
dominación social de un grupo o clase sobre otros.
La compresión socialista que encarnó el proyecto de
independencia y justicia social de la nación después de 1959 está en crisis. Frente
a esta, asumir el proyecto cubano en sus condiciones de posibilidad implica dialogar
con otras comprensiones del socialismo, presentes también en la tradición
revolucionaria cubana. Implica insistir, con otras formas de organización
social para la política, en la equidad, en la inclusión social, en la vida
digna, en los derechos humanos fuera del ciclo mercantil, en las prácticas
internacionalistas desde estos sentidos que ha validado durante décadas el
aporte de Cuba a las luchas por la justicia.
Esto conlleva a concretar la independencia nacional y la
justicia social también desde procesos más abarcadores de socialización del
poder, la propiedad, el saber. Una comprensión que estructure el poder para el
proyecto, al tiempo que potencie enfoques de las ciencias
sociales que respondan a sus contenidos y potencie un cuerpo intelectual que le
sea orgánico. Tal
redefinición pasa por la politización del ámbito público en general y del ámbito
laboral en particular. Es decir, asumir la democracia
de la vida cotidiana como camino y no reducida a meta. Pensar y ordenar la
economía desde la justicia distributiva como mandato de los productores
directos. Comprensión que enriquece las prácticas acumuladas de inclusión social
como totalidad desde la articulación de las partes que la compone.
Repensar el proyecto implica mirar
otros faros de liberación que iluminan a Cuba desde lugares diversos y desde los
mismos contenidos. Es decir, resignificar el contenido internacional de la
independencia y la justicia es condición de posibilidad para su realización en
la nación cubana.
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