Artículo publicado en la Edición impresa 113 (enero - febrero 2016) de Periferia Prensa Alternativa
Por Renán Vega Cantor
El “cambio
climático” aparece como una realidad lejana en el tiempo y en el espacio para
la mayor parte de los humanos que habitamos este planeta e incluso algunos
empresarios de la industrias automotriz y de hidrocarburos hacen una campaña
negacionista, en la que invierten millones de dólares, con la finalidad de
ocultar o tergiversar las evidencias cotidianas que muestran la magnitud del trastorno
climático en marcha, y cuyos efectos negativos en los cinco continentes son una
realidad incuestionable.
Al percibir
las modificaciones climáticas como algo distante no se tiene conciencia de sus
implicaciones para la vida y la sociedad, en gran medida porque los medios de
comunicación convencionales (como la televisión) no le dan el relieve que
amerita, debido a que son un engranaje del poder corporativo capitalista. Para
ellos no hay problema en que la temperatura promedio del planeta se esté
elevando, como sucede en los últimos años, puesto que eso significa señalar al
capitalismo como el causante del malestar climático y poner en cuestión el modo
de vida productivista y consumista, al estilo estadounidense, que despilfarra
energías fósiles y genera gases de efecto invernadero (GEI), la principal causa
del aumento de la temperatura global.
Y esta no es
cualquier noticia, es un hecho aterrador, como lo muestran algunos datos
mundiales que se pueden evocar a manera de ejemplo: dos de los principales ríos
de Colombia, el Magdalena y el Cauca, están tan secos que en muchos lugares se
pueden atravesar a pie; una ola de calor derritió el pavimento en las calles de
Nueva Delhi (India) y produjo la muerte de más de 2.500 personas; en Nueva
York, el día de navidad, en pleno invierno, se registró una temperatura de 25°C; el
Estado de California (Estados Unidos) soportó por quinto año consecutivo una
drástica sequía, hasta el punto que, como muestra de la humanidad de sus
habitantes, se taparon los espejos de agua para impedir que los animales
salvajes bebieran y se refrescaran…
El 2015 quedará en la historia como el año en que
se superó el listón simbólico de un grado centígrado por encima de la era pre-industrial (el siglo
XVIII), lo cual es considerado por el climatólogo estadounidense James Hansen
como el comienzo de un cambio climático "incontrolado y peligroso",
algo que traerá episodios más frecuentes de clima extremo, tales como sequias,
oleadas de calor, incendios forestales, inundaciones, tifones y huracanes más
frecuentes y destructivos.
Ante la dura
realidad, los gobernantes, las empresas transnacionales y los capitalistas del
mundo y sus voceros mediáticos señalan que el aumento de la temperatura se debe
a un hecho circunstancial y cíclico de tipo natural, como lo es el llamado
fenómeno del Niño, un calentamiento de las aguas del Pacífico oriental
ecuatorial que origina, al mismo tiempo, intensas lluvias en la región costera
del Pacífico (principalmente en el Perú) y sequias al norte, como en Colombia.
Por supuesto que el Niño siempre ha tenido esos efectos, pero ahora son más
duros, debido a que se retroalimentan con el trastorno climático en marcha,
hasta el punto que la NASA sostiene que el Niño de 2015-2016 es el más poderoso
de los últimos cien años.
Echarle la culpa al Niño o a la Niña –la fase fría
de la misma fluctuación climática en el Pacífico– resulta muy conveniente para
ocultar que el brutal aumento de las temperaturas tiene causas bien conocidas,
entre las más importantes el uso desmedido de combustibles fósiles (petróleo,
gas y carbón) que se emplean en los automóviles, los aviones, los barcos, la
generación de energía eléctrica, la tala y quema de bosques y la producción de
cemento para la expansión urbana (con todo lo cual produce dióxido de carbono,
CO2). Así mismo, la cría de millones de vacas para mantener el
consumo de carne y los cultivos de arroz producen metano a gran escala (CH4), otro GEI. Todas estas
actividades generan mercancías nocivas y destructivas, como los automóviles y
gran parte de los cacharros microelectrónicos, que benefician a unas cuantas
corporaciones transnacionales y a un reducido círculo de capitalistas en el
mundo. Estos sectores son los principales responsables del efecto invernadero,
que genera el aumento de la temperatura, con lo que se destruyen las fuentes
hídricas, se seca la tierra, se matan cultivos alimenticios, indispensables
para la subsistencia humana, y se extinguen especies animales.
El planeta se puede achicharrar y junto con él gran
parte de las especies de fauna y flora, así como millones de seres humanos,
pero que nada detenga la producción y uso de automóviles, aviones, rascacielos,
ni el consumo de carne, porque representan negocios capitalistas que enriquecen
a una porción reducida de la población mundial, mientras la mayoría aguanta
hambre, no tiene empleo y, para cerrar el círculo vicioso, son las primeras
víctimas de un estilo de vida insostenible para el planeta tierra.
Lo peor del caso es que, si se tiene en cuenta que
el quinquenio 2011-2015 ha sido el más caliente de la historia, son muy malos
los augurios para el 2016, que ya se vaticina como más cálido que el 2015. Como
quien dice, el capitalismo ha hecho del clima un laboratorio perfecto de las
leyes de Murphy, en el sentido que aquello que está mal puede empeorar
irremediablemente, aunque eso conduzca al colapso civilizatorio.
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