miércoles, 11 de mayo de 2016

La señora de las obleas

Artículo publicado en la Edición impresa 116 (Abril - Mayo 2016) de Periferia Prensa Alternativa


Por Equipo Periferia Bogotá

Esta es la historia de la señora que dejó de ser cualquier vendedora ambulante y pasó a ser Janet la vendedora de obleas.

 “Mick Jagger estuvo comiendo oblea en la Plaza de Bolívar”, “Mick Jagger pagó 10.000 pesos por una oblea en Bogotá”, “la oblea mejor pagada que Janet ha vendido”, “la vendedora de obleas reveló nuevos detalles de la oblea que compró el artista”. Así titularon las noticias del ocho y nueve de marzo del 2016.


Si Mick Jagger no le hubiera comprado una oblea, Janet nunca hubiera sido Janet para el ojo público, sino que hubiera seguido siendo una vendedora que por 14 años no ha sido otra cosa que la señora que vende obleas al lado del Teatro Colón. 


Todos le preguntaron por los sabores que eligió el vocalista de los Rolling Stones; incluso, después de esa compra, la oblea de arequipe con mora pasó a llamarse la Mick Jagger. Además, el pago fue el tema que cautivó a la mayoría. Hubo rumores que decían que Janet dijo que valía $10.000, que no dio los vueltos, etc. La verdad es que el manager de Jagger dio diez mil y dijo “deje así”. Para los medios, Janet              -además de la afortunada que le vendió la oblea a Jagger-, fue la vendedora que vendió la oblea más cara, entre las obleas vendidas por una vendedora de obleas.


Nadie se hubiera enterado de quién es Janet, si no hubiera sido porque la tarde del 8 de marzo, al equipo de producción del concierto le dio por llevar al cantante a conocer la ciudad, y él, en el camino, se antojó de un dulce típico que justo vendía ella. De otra manera Janet no hubiera salido en la prensa, ni en la radio y mucho menos en la televisión.

Aunque antes ha tenido otras oportunidades de protagonizar en los medios. Por ejemplo, cuando ha integrado la multitud de trabajadores ambulantes que se toman la Plaza de Bolívar para protestar para que se les respete el trabajo. En esas manifestaciones han estado las cámaras, los micrófonos y los ojos de los periodistas, pero estos, a lo sumo, han visto a la señora que el alcalde de Bogotá abrazó, pero no han visto a la vendedora de obleas que pide que no se le lleven el puesto por no estar carnetizada.


Eso tiene una clara justificación. Así como Janet hay cientos que no llaman la atención lo suficiente, pues los homogeniza el mismo reclamo: pedir que se les permita trabajar en el espacio público donde han trabajado por años.


Janet no es de las que se queja porque le toca trabajar en la calle. Al contrario, siempre repite “el trabajo no es deshonra”. Aunque al principio, cuando empezó a vender obleas, la costumbre de trabajar en fábricas le sembró la pena. Sin embargo, después de ver que las obleas vendidas en el Centro de Bogotá, y en uno que otro pueblo en época de ferias, daban más ganancia que los extensos y mal pagos horarios de obrera, se dedicó orgullosa a la venta de dulce típico. 


En Bogotá parece ser que el negocio de las obleas es familiar. Al lado de Janet hay otros dos carritos, en los que se dedican a venderlas una madre y su hija. La señora tiene más de 60 años y quién sabe hace cuántos vende obleas.


“Uno de esos días –cuenta Janet- en los que vino la policía a sacarnos de la calle, ella salió corriendo y la llanta de su carro se quedó atrapada en el adoquín que está al frente de la entrada del Teatro Colón. El carrito se volteó y los recipientes de vidrio, donde echa las salsas, estallaron uno tras otro, dejando un reguero de mora, arequipe y queso que se fue mezclando en el desagüe de la calle. La gente, muy acomedida, le empezó a dar plata. Recogió 50.000 y con eso mandó a remendar el carrito”.


Los policías no solo hacen correr a los vendedores, “en ocasiones –cuenta Janet- le echan límpido a los productos, para que queden inservibles y uno pierde toda la mercancía”.


Hace un año a Janet le retuvieron su carrito de obleas. Ella lo recuperó gracias a una edil de La Candelaria, pero tuvo que esperar un par de semanas para poderlo reclamar. Mientras tanto, temeraria como los demás vendedores, volvió a la antigua, como cuando no tenía carrito de obleas: tomó un coche de bebé, le acomodó unas cuantas varillas y rearmó un puestecito provisional.


Parece ser que los planes gubernamentales para la recuperación del espacio público incluyen sacar a los vendedores ambulantes de su lugar de trabajo y reubicarlos. El pasado 14 de abril el periódico El Tiempo publicó una nota sobre un fallo en el que se le negaba a una vendedora ambulante trabajar en la calle 72 de Bogotá. Decía “Los magistrados Beatriz Teresa Galvis Bustos, Laula Halima Liévano Jiménez y Hendry Aldemar Barreto del Tribunal Administrativo de Cundinamarca revocaron el fallo del 22 de febrero del 2016 que le permitía a la vendedora informal Carmenza Vargas García seguir trabajando en los andenes de la calle 72”.


Decía además que “Según los magistrados, el Instituto para la Economía Social (Ipes) "hizo un ofrecimiento formal a la señora de las alternativas de quioscos disponibles, con el fin de salvaguardar sus derechos fundamentales al debido proceso, al trabajo y mínimo vital". Por ello no impartirán órdenes a las entidades demandadas por Vargas García, de 45 años de edad. La demanda había sido interpuesta en febrero después de los operativos de la Alcaldía de recuperación del espacio público en la calle 72, entre la avenida Caracas y la carrera 7.a. Según el Ipes, la señora Vargas había ganado un sorteo para trabajar con el quiosco 209 B, ubicado en la avenida Caracas con calle 47, pero ella lo rechazó, al igual que otras propuestas de reubicación”.


La reubicación es una opción, pero estas, en ocasiones, se dan en espacios poco aptos para que el negocio de los “ambulantes”, como los llama el artículo, prospere. Tal vez, porque en 14 años, como los que lleva Janet trabajando en el Centro Histórico, forman una clientela fija para los vendedores ambulantes y el cambio significa siempre un nuevo comienzo, en un lugar distinto, con tiempos distintos y gente distinta. 


“Hace días pasó el Alcalde por aquí –recuerda Janet-. Un vendedor ambulante aprovechó su paseo y le preguntó: ¿señor Alcalde, usted prefiere que haya un ladrón en cada esquina que un vendedor en cada cuadra? El Alcalde se rió. Más adelante otro vendedor le preguntó ¿Por qué se ríe?, y el Alcalde le respondió: ‘Hay que dejar que la gente exprese sus opiniones’ ”.


A veces, los políticos y los periodistas son así como la respuesta del alcalde, políticamente correctos. El problema es cuando lo que está de por medio a lo “políticamente correcto”, es el sostenimiento económico de una familia que depende de un vendedor ambulante, el cual, por falta de oportunidades laborales, no puede ingresar a un trabajo formal y busca una manera honrada de sostenimiento.


Janet nunca había existido en sus reclamos. Solo existió para el ojo público cuando Mick Jagger la hizo existir. Pero es claro que los periodistas no tienen la culpa, la noticia fue Mick Jagger comiendo oblea y diciendo oblea, eso es indiscutible. Y lo otro indiscutible es que ese golpe de suerte que Janet llama bendición, esa compra de $10.000 del 8 de marzo, fue un impulso para sus ventas. Antes de Mick Jagger vendía un paquete de obleas al día, y hoy vende dos y hasta tres.

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