martes, 17 de noviembre de 2015

Asentamientos populares en Cali: Ni el árbol se cae ni nosotros nos vamos

Por Agencia Colombia Informa

A Cali la rodean varios ríos y muchos asentamientos. En los márgenes orientales y occidentales de la ciudad, demarcados por el río Cauca y las montañas de la cordillera, miles de familias se fueron asentando por años, en condiciones informales de vivienda. Esta situación comenzó a presentarse desde los años 60 y nunca más se detuvo. La ciudad se hizo y configuró a partir de la informalidad habitacional.

Brisas de Comuneros, Brisas de las Palmas, El Valladito, Cabildo Indígena Alto Nápoles y Belisario Betancourt son algunos de los más de 110 asentamientos populares informales que se cuentan hoy en la ciudad.

Como si se tratara de una especie de emparedado, Cali tiene bien demarcada sus zonas de desarrollo y de exclusión. Los dos extremos al occidente y al oriente son las partes de mayor densidad poblacional y pobreza, dejando un corredor central de norte a sur rico y planificado. Estas características se ponen cada vez más en evidencia por la incorporación a ultranza de los grandes proyectos de renovación urbana -GPU- y la imposición del ordenamiento territorial.

Cali ha sido receptora de población desplazada y migrante desde los años cincuenta. El flujo de familias que se establecieron en terrenos baldíos, privados y ejidales de la ciudad fue formando una vasta red de construcciones que años después, fueron legalizadas e incorporadas a los planes y planos de la ciudad. Fue así como el Distrito de Aguablanca y Siloé se convirtieron en sectores reconocidos y legalizados. Sin embargo, el arribo de migrantes de otros territorios ha sido continuo, así como la construcción de nuevos asentamientos.

La inoperancia estatal es una constante que se materializa en la poca o nula capacidad de generar políticas para atender este fenómeno. Eso genera un alto déficit de vivienda debido a una total falta de planificación. En el Estudio de Actualización del Déficit de Vivienda en Cali se encontró que la población presente en asentamientos de desarrollo incompleto es de 169.163 habitantes distribuidos en 36.426 viviendas, es decir, el 8,2% de la población urbana. Según estadísticas de la Secretaría de Vivienda Social, en 2011 el número de grupos familiares se elevó a 8.676, que residen en más de 46 asentamientos ilegales y que según cada gobierno de turno, “requieren ser reubicados”.

“Nos reunimos y pensamos en ubicarnos acá, cada uno con su lotecito”

Esta situación general de la vivienda informal tiene historias diversas en tiempo y conformación, con un factor común: el desplazamiento forzado.

En el margen occidental, en la base de los cerros que protegen la ciudad, hay sectores que se asentaron hace 20 años, como La Choclona, que hoy cuenta con más de 160 familias. Algunos son actuales, como El Árbol, que en 4 años registra más de 200 familias. En esta zona de la ciudad uno de los primeros asentamientos fue el de Los Chorros, hace alrededor de 30 años; en la actualidad contiene 5.000 familias. Otro de los más recientes es el asentamiento indígena en Alto Nápoles, construido por alrededor de 100 familias Nasa que llegaron a la zona cinco años atrás.

Si bien el factor común para el arribo de las comunidades que se asientan en estos territorios de la periferia urbana es el desplazamiento forzado producto del conflicto social y armado colombiano, la característica en cada uno de ellos es la condición de nuevos desplazados y la segregación espacial urbana. Expulsados de sus territorios nativos, obligados a abandonar sus construcciones sociales y culturales, comunidades enteras llegan a las goteras de la ciudad como única oportunidad para establecer una vivienda, echados a un rincón carente de garantías para establecer un hábitat y una vivienda digna. Son nuevamente víctimas de las carencias del Estado (o de su ausencia), revictimizados.

Esa es la situación de Alex Murillo, un habitante del asentamiento Playa Alta: “Llegué hace por ahí dos años, vine porque salí amenazado de mi pueblo, Apartadó, Antioquia. Siempre es muy difícil, si tú no tienes casa donde llegar te tocan estas condiciones tan precarias, donde está la gente más pobre de Cali”.

Situación similar a la de don Mauricio Muelas, del asentamiento El Árbol: “Nosotros aquí llegamos por la necesidad que teníamos, la pagada de arriendo es una cosa muy dura. Al ver que el lote estaba abandonado y se prestaba para vender mucha droga, al ver la necesidad y ese lote así, nos reunimos y pensamos en ubicarnos acá, cada uno con su lotecito”.

Se salda así una necesidad, zafar de la intemperie. Pero continúan muchas más: condiciones mínimas de sobrevivencia, agua y servicios básicos. Nuevas batallas por permanecer.

Mucha proyección internacional, muy poca agua

En Cali, si no llueve, falta el agua… y si llueve también. La ciudad se consolida como eje del modelo de ciudad-región en el denominado G11 (agrupación programática para el desarrollo de proyectos económicos en 11 municipios del Valle), cuyo objetivo es configurar el Valle del Cauca para el mercado internacional. Mientras tanto sus habitantes sufren una grave crisis de servicios públicos: no tienen agua.

Acorde a los intereses expresados en el G11, desde 1998 se están implementando políticas neoliberales a través de Grandes Proyectos Urbanos como el sistema de transporte SITM-MIO, el llamado Plan 21 Mega obras y futuros Planes Estratégicos como el Jarillón Río Cauca PJAOC, Renovación Centro Ciudad Paraíso, Corredor Verde, Corredores Ambientales, Ecoparques, la Base Aérea Marco Fidel Suárez y la Zona Educativa del Sur.

El desgobierno y la crisis que estos planes generan en las grandes ciudades de Colombia es tal, que llegó el día en que los pobladores urbanos están saliendo a las calles para reclamar, entre todos los demás derechos vulnerados, algo tan básico como la distribución del líquido vital.

Mientras esos megaproyectos urbanos se desarrollan, el pasado 15 de octubre se realizó la cuarta movilización en menos de un mes. “Ni el Árbol se cae ni nosotros nos vamos. Ojo”, advirtió Camilo, un jovencito, desde su pancarta artesanal. El Árbol es el asentamiento, que al igual que el resto de la ciudad, se seca.


Los que no se van son los habitantes de las periferias de Cali, tan firmes como la mirada convincente y el ceño fruncido del muchacho.

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