Por
Ángel Amaneceres
Dame la N,
de ¡Nunca Olvidaremos!
Dame la I,
de ¡Igualdad Social!
Dame la C,
de ¡Caminos pal Pueblo!
Dame la O,
de ¡ORGANIZACIÓN!
Son
las siete de la mañana, es domingo 11 de octubre de 2015 y un sol semidesnudo
deja entrever sus tímidos rayos, a través de la nubosidad brumosa de una mañana
teñida de recuerdos y memoria. La radio, sintonizada en un programa de antaño,
recuerda la vida de Guevara de la Serna, del octubre triste de 1989 cuando el
genocidio político se apoderó de la vida. El aroma a café y a Centro Bogotano
se apodera del apartamento 302 de uno de los edificios de la calle 16.
De
repente, una voz grave se escucha entre los altavoces de la radiola. El
invitado a la entrevista de las 9:00 a.m. es Yuri, padre del joven Nicolás
David Neira Álvarez, asesinado por el ESMAD, el primero de mayo de 2005. En su
relato, -a través de un teléfono dispuesto en la cabina, figura como un
encuentro entre voces que nos separa del exilio-, cientos de imágenes pasan por
la mente, la rabia y la indignación se abren paso entre la tristeza. Una fiesta
obrera difuminada por la represión de un cuerpo policial sobre la humanidad de
la juventud. Cada frase, cada emoción entintada en la voz de aquel luchador, te
recuerda que en este país, pensar diferente puede costarte la vida o la
libertad, en este país, parafraseando a Galeano, pareciera más barata la vida
que la bala asesina.
-¡Por
57 Fiscales ha pasado el caso mientras la impunidad sigue acechando!- Cuenta
Yuri, con su voz teñida de rabia. Y en efecto, las cifras escabrosas conducen a
una radiografía donde prevalece el terrorismo de Estado; que el caso de Nico no
es el único, que son cientos de víctimas a manos de quienes señalan con el
dedo, poniéndolo en el gatillo, y se hacen llamar Policía Nacional. Amparados
por las leyes, hostigan, arremeten, judicializan, cumpliendo los parámetros de
políticas para flagelar a la población civil, la misma, que con inconformidades
ha buscado estrategias populares para transformar y defender su territorio.
Ante
el constante accionar que atenta en contra de la vida y la dignidad, la memoria
colectiva renace, entre semillas multicolor que en su interior buscan ser
sembradas para que perviva la esperanza, la vida y así poder volver a pasar por
el corazón, el proyecto social de quienes hoy abonan con su sangre la tierra,
que defendemos quienes seguimos en esta dimensión.
Un
11 de Octubre de 1989, miércoles de luna menguante, en la Bogotá convulsionada
de aquella época, Colombia vio nacer a NICOLÁS, un “jovencito con alma de viejo”;
así lo recuerda su padre: -“¡tenía
memoria selectiva, quiero decir que le gustaban muchas cosas del pasado, por
ejemplo tenía su computador, pero le gustaba más llevar trabajos en máquina de
escribir y nadie entendía por qué a él le gustaba la máquina de escribir, o
teniendo teléfonos “muy inteligentes”, seguía con su casette, ¿por qué? , “¡tenía
alma de viejo!”-. Es quizá esa alma la que nos permite mantenernos con vida.
Nuestras
abuelas y abuelos indígenas, nos enseñaron a vivir con el pasado por delante;
por eso, mantener vivos los sueños, es la misión de este montón de decididos y
decididas que siguen tejiendo el ancho camino, dispuestas y dispuestos a seguir
liberando las calles, por arte de barrio, encontrando a Nico en cada expresión
hecha arte. La entrevista culmina con una frase que trasega en cada nuevo día: “nosotras y nosotros
tenemos un arma, y esa arma valiosa es nuestro pensamiento, junto a ella
poseemos una munición capaz de acabar con la amnesia colectiva, y esa munición
es nuestro amor de corazón, cuando arma y munición se unen, surgirán ráfagas de
memoria y vida, lucha por la libertad” Ese último fragmento posee un elixir
poderoso, es como si Nico tomara la voz de su padre para enviar su mensaje a las nuevas generaciones, conjugadas
entre los quehaceres diarios por la vida y por el territorio.
Luego
de volver a encontrar en la voz de Yuri un aliento y muchas ganas de querer
seguir adelante, los pasos toman un rumbo hacia las calles céntricas de la
ciudad, a veces gélidas, con aroma a huellas en el asfalto húmedo de medio día,
observar, en los rostros meditabundos de los y las transeúntes, que a pesar de
la amnesia colectiva es posible hacer memoria en el país del olvido, volviendo
la mirada al sur, a la barriada, al campo, allí está Nicolás, en cada grito
liberador. El mejor presente en su cumpleaños 26 es mantener viva la llama
liberadora de la vida, porque jamás olvidaremos. En diez años hemos aprendido a
conjugar la sinfonía popular ante los días grises, pues nos quitaron tanto que
hasta el miedo desapareció, que en cada paso reafirmamos nuestra convicción por
la vida, la memoria y contra la impunidad.
NICO,
POR TI GRITAMOS ¡NUNCA MÁS!
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