miércoles, 30 de septiembre de 2015

Europa: nuevos muros del capital y de la vergüenza

Por Renán Vega Cantor

“La experiencia demuestra que las barreras y los alambres de espino no sirven para nada”
Rafael Poch

En pleno siglo XXI, tan solo 25 años después de la caída del Muro de Berlín y de la disolución de la Unión Soviética, cuando se había anunciado el comienzo de una nueva era, de paz, prosperidad y democracia para el conjunto de pueblos del viejo continente, emerge la peor crisis de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial. Qué lejos parecen los tiempos en que se cantaban loas triunfales porque se había derrumbado el Muro de Berlín y eso permitía la libre movilidad de los habitantes del Este hacia el Oeste de Europa.

Es bueno recordar que en 1989 el gobierno de Hungría desencadenó la crisis que tumbaría el Muro cuando permitió que a través de su territorio pasaran los alemanes del este hacia el oeste, vía Austria, al abrir las fronteras con ese país. Hoy, escasos 27 años después esa misma Hungría es la que prohíbe el paso de los migrantes que vienen del oriente medio, a los cuales reprime brutalmente y ha ordenado la construcción de un muro (a ese no se le llama de la Infamia) en su frontera con Serbia, que tendrá una extensión de 175 kilómetros de largo, y una altura de cuatro metros. Resulta sintomático recordarlo, algo que hoy nadie quiere hacer, porque ya no son los tiempos épicos del fin del bloque soviético, sino de los crujidos del capitalismo realmente existente, que el 2 de mayo de 1989 se dio la orden a los soldados húngaros (de un país que todavía se declaraba como socialista) de demoler la alambrada que separaba la “civilizada” Europa del oeste, de la vetusta Europa del Este, a la que se le anunciaba que desde ese momento se modernizaría y los muros serían cosa del pasado.

Hoy ese anuncio nos suena como una quimera, como si fuera una ficción que se hubiera soñado hace siglos, porque Hungría acaba de disponer que se levanten alambradas –frente a las cuales el Muro de Berlín parece un juego de niños–, cuya construcción se inició el 13 de julio de 2015.  Tenemos entonces un nuevo muro de la infamia en pleno centro de Europa, Muro que, por supuesto, no tendrá la propaganda mediática opositora en el mundo bienpensante de Occidente como si lo tuvo siempre el Muro de Berlín. En Hungría domina un gobierno conservador que como en otros lugares de Europa tiene un discurso contra los refugiados, y por eso ha llenado de carteles de propaganda todo el país con el lema  “Si vienes a Hungría, ¡no puedes quitarle el trabajo a los húngaros!”.  

Pero la iniciativa de construir el nuevo muro en Hungría no es original de los gobernantes de ese país, puesto que en Europa Occidental están interesados en construir esa barrera, como lo ha manifestado abiertamente el gobierno de Austria, que ha enviado a 40 policías para que ayuden a erigir el muro en la frontera con Serbia. Alemania está muy preocupada por los desterrados que atraviesan el Este de Europa, si se tiene en cuenta que por Hungría ha aumentado en casi un mil por ciento en la cantidad de entradas ilegales con respecto al 2014 y en forma soterrada apoya el Muro de Hungría.

El Muro que se levanta en la frontera húngara no es el primero que se construye tras el derrumbe del de Berlín, puesto que ya existen otros en las fronteras de Grecia y Bulgaria con Turquía. En Bulgaria se terminó un primer tramo de 20 kilómetros en septiembre de 2014, de una barrera que tendrá unos cien kilómetros de extensión.  Bulgaria quiere mostrarse como buen alumno de la Unión Europea y ser admitido en el Acuerdo Shengen, y en consecuencia presume de aplicar al pie de  la letra todos sus dictados, entre ellos el de impedir que los refugiados entren a Europa.  Por su parte, Grecia ha construido un muro de 10 kilómetros que tapona el curso del Río Evros, la frontera natural con Turquía, una zona que además patrulla Frontex, la agencia europea de control exterior. 

En Europa se ha erigido una nueva “cortina de hierro”, configurada por muros, vallas, alambradas, miles de guardias fronterizos, exclusión, discriminación por color de la piel o creencia religiosa, persecución a los refugiados que vienen de Siria, Irak, Afganistán y otros lugares, asolados por las guerras que han organizado los propios europeos. El único cambio que presentan los nuevos muros del capital, respecto al Muro de Berlín, es que este último pretendía contener a la gente dentro, mientras que los de ahora quieren mantener a la gente afuera, para que no entre nadie de los indeseables que afean a la “civilizada” Europa. Antes de 1989 se argumentaba que era antidemocrático tener este tipo de muros, pero ahora cuando la democracia es una quimera y se encuentra completamente prostituida se construyen muros a lo largo y ancho de Europa.

Para completar, cunde el racismo y la discriminación de que hacen gala políticos, prensa y gente del común, sobre lo cual se pueden recordar algunos ejemplos, para demostrar que se ha edificado otro muro, el peor de todos, un muro mental de intolerancia, odio y discriminación, de tintes claramente neofascistas. En Polonia, según una encuesta del 2013, el 69% de habitantes no quieren que gente “no blanca” viva en su país.  El gobierno de Eslovaquia anunció que solo recibirá unos cuantos migrantes, con la condición de que sean cristianos, con el argumento de que  “no tenemos mezquitas… así que cómo se van a integrar los musulmanes si no les va a gustar acá”. En la República Checa, el 70% de sus habitantes piensa que no se deben aceptar refugiados provenientes de Siria o del Norte de África, porque, según un miembro del Parlamento: “La República Checa por mucho tiempo ha sido una sociedad homogénea, así que no estamos acostumbrados a razas y culturas diferentes”. En este mismo país, su Presidente, Milos Zeman, sin eufemismos afirmó que los inmigrantes son incomodos porque “nadie los ha invitado”, aduciendo la mentira que “deben respetar nuestras reglas, al igual que nosotros respetamos las reglas cuando vamos a su país".


Los europeos lo que quieren es que las consecuencias de sus intervenciones no lleguen a su territorio, sino que se sientan únicamente en los lugares bombardeados y donde se han aplicado sus políticas neoliberales que hambrean y matan a la gente. Para evitar que las victimas de esas políticas criminales del capitalismo ingresen al “paraíso europeo”, se construyen muros de la vergüenza, con lo que se piensa que se va a contener la marea humana procedente del mundo periférico.  Pero esa es una vana ilusión, porque como lo dice el periodista Rafael Poch: “Es justo que quienes fomentan guerra y miseria con imperialismo y un comercio abusivo y desigual, reciban las consecuencias demográficas de sus acciones. Lo mismo ocurrirá, con creces, con los futuros emigrantes del calentamiento global, ese desastre en progresión de factura esencialmente occidental. Las estimaciones que la ONU baraja para el futuro en materia de éxodos ambientales convertirán en un chiste lo de ahora, incluido el trágico balance de muertos en el Mediterráneo”. 

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