Por Renán Vega Cantor
“La experiencia demuestra que las
barreras y los alambres de espino no sirven para nada”
Rafael Poch
En pleno siglo XXI, tan solo 25 años después de la caída
del Muro de Berlín y de la disolución de la Unión Soviética, cuando se había
anunciado el comienzo de una nueva era, de paz, prosperidad y democracia para
el conjunto de pueblos del viejo continente, emerge la peor crisis de
refugiados desde la Segunda Guerra Mundial. Qué lejos parecen los tiempos en
que se cantaban loas triunfales porque se había derrumbado el Muro de Berlín y
eso permitía la libre movilidad de los habitantes del Este hacia el Oeste de
Europa.
Es bueno recordar que en 1989 el gobierno de
Hungría desencadenó la crisis que tumbaría el Muro cuando permitió que a través
de su territorio pasaran los alemanes del este hacia el oeste, vía Austria, al
abrir las fronteras con ese país. Hoy, escasos 27 años después esa misma Hungría
es la que prohíbe el paso de los migrantes que vienen del oriente medio, a los
cuales reprime brutalmente y ha ordenado la construcción de un muro (a ese no
se le llama de la Infamia) en su frontera con Serbia, que tendrá una extensión
de 175 kilómetros de largo, y una altura de cuatro metros. Resulta sintomático
recordarlo, algo que hoy nadie quiere hacer, porque ya no son los tiempos
épicos del fin del bloque soviético, sino de los crujidos del capitalismo
realmente existente, que el 2 de mayo de 1989 se dio la orden a los soldados
húngaros (de un país que todavía se declaraba como socialista) de demoler la
alambrada que separaba la “civilizada” Europa del oeste, de la vetusta Europa
del Este, a la que se le anunciaba que desde ese momento se modernizaría y los
muros serían cosa del pasado.
Hoy ese anuncio nos suena como una quimera,
como si fuera una ficción que se hubiera soñado hace siglos, porque Hungría
acaba de disponer que se levanten alambradas –frente a las cuales el Muro de
Berlín parece un juego de niños–, cuya construcción se inició el 13 de julio de
2015. Tenemos entonces un nuevo muro de
la infamia en pleno centro de Europa, Muro que, por supuesto, no tendrá la
propaganda mediática opositora en el mundo bienpensante de Occidente como si lo
tuvo siempre el Muro de Berlín. En Hungría domina un gobierno conservador que
como en otros lugares de Europa tiene un discurso contra los refugiados, y por
eso ha llenado de carteles de propaganda todo el país con el lema “Si vienes a Hungría, ¡no puedes quitarle el
trabajo a los húngaros!”.
Pero la iniciativa de construir el nuevo muro en Hungría
no es original de los gobernantes de ese país, puesto que en Europa Occidental
están interesados en construir esa barrera, como lo ha manifestado abiertamente
el gobierno de Austria, que ha enviado a 40 policías para que ayuden a erigir
el muro en la frontera con Serbia. Alemania está muy preocupada por los
desterrados que atraviesan el Este de Europa, si se tiene en cuenta que por
Hungría ha aumentado en casi un mil por ciento en la cantidad de entradas ilegales
con respecto al 2014 y en forma soterrada apoya el Muro de Hungría.
El Muro que se levanta en la frontera húngara no es
el primero que se construye tras el derrumbe del de Berlín, puesto que ya
existen otros en las fronteras de Grecia y Bulgaria con Turquía. En Bulgaria se
terminó un primer tramo de 20 kilómetros en septiembre de 2014, de una barrera
que tendrá unos cien kilómetros de extensión.
Bulgaria quiere mostrarse como buen alumno de la Unión Europea y ser
admitido en el Acuerdo Shengen, y en consecuencia presume
de aplicar al pie de la letra todos sus
dictados, entre ellos el de impedir que los refugiados entren a Europa. Por su parte, Grecia ha construido un muro de
10 kilómetros que tapona el curso del Río Evros, la frontera natural con Turquía,
una zona que además patrulla Frontex, la agencia europea de control
exterior.
En Europa se ha erigido una nueva “cortina de
hierro”, configurada por muros, vallas, alambradas, miles de guardias
fronterizos, exclusión, discriminación por color de la piel o creencia
religiosa, persecución a los refugiados que vienen de Siria, Irak, Afganistán y
otros lugares, asolados por las guerras que han organizado los propios
europeos. El único cambio que presentan los nuevos muros del capital, respecto
al Muro de Berlín, es que este último pretendía contener a la gente dentro,
mientras que los de ahora quieren mantener a la gente afuera, para que no entre
nadie de los indeseables que afean a la “civilizada” Europa. Antes de 1989 se
argumentaba que era antidemocrático tener este tipo de muros, pero ahora cuando
la democracia es una quimera y se encuentra completamente prostituida se
construyen muros a lo largo y ancho de Europa.
Para completar, cunde el racismo y la
discriminación de que hacen gala políticos, prensa y gente del común, sobre lo
cual se pueden recordar algunos ejemplos, para demostrar que se ha edificado
otro muro, el peor de todos, un muro mental de intolerancia, odio y
discriminación, de tintes claramente neofascistas. En Polonia, según una
encuesta del 2013, el 69% de habitantes no quieren que gente “no blanca” viva
en su país. El gobierno de Eslovaquia
anunció que solo recibirá unos cuantos migrantes, con la condición de que sean
cristianos, con el argumento de que “no tenemos
mezquitas… así que cómo se van a integrar los musulmanes si no les va a gustar
acá”. En la República Checa, el 70% de sus habitantes piensa que no se deben
aceptar refugiados provenientes de Siria o del Norte de África, porque, según
un miembro del Parlamento: “La República Checa por mucho tiempo ha sido una
sociedad homogénea, así que no estamos acostumbrados a razas y culturas
diferentes”. En este mismo país, su Presidente, Milos Zeman, sin eufemismos
afirmó que los inmigrantes son incomodos porque “nadie los ha invitado”,
aduciendo la mentira que “deben respetar nuestras reglas, al igual que
nosotros respetamos las reglas cuando vamos a su país".
Los europeos lo que quieren es que las
consecuencias de sus intervenciones no lleguen a su territorio, sino que se
sientan únicamente en los lugares bombardeados y donde se han aplicado sus
políticas neoliberales que hambrean y matan a la gente. Para evitar que las
victimas de esas políticas criminales del capitalismo ingresen al “paraíso
europeo”, se construyen muros de la vergüenza, con lo que se piensa que se va a
contener la marea humana procedente del mundo periférico. Pero esa es una vana ilusión, porque como lo
dice el periodista Rafael Poch: “Es justo que quienes fomentan guerra y miseria con
imperialismo y un comercio abusivo y desigual, reciban las consecuencias
demográficas de sus acciones. Lo mismo ocurrirá, con creces, con los futuros
emigrantes del calentamiento global, ese desastre en progresión de factura
esencialmente occidental. Las estimaciones que la ONU baraja para el futuro en
materia de éxodos ambientales convertirán en un chiste lo de ahora, incluido el
trágico balance de muertos en el Mediterráneo”.
khe
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