Artículo publicado en la Edición impresa 116 (Abril - Mayo 2016) de Periferia Prensa Alternativa
Por Renán Vega Cantor
Una característica distintiva del capitalismo es la explotación de los
trabajadores, en donde se origina la plusvalía que es la fuente de la
acumulación del capital. Pues resulta que dicha explotación en el capitalismo
actual no está desligada del aumento de la temperatura en el planeta entero. Un
dato es indicativo: el predominio del capitalismo en su versión neoliberal,
momento en el cual se dispararon las emisiones de gases de efecto invernadero,
coincide plenamente con la pérdida de derechos de los trabajadores, la
flexibilización laboral, y la explotación intensificada en China y el orbe
entero.
China se ha convertido en el “taller del mundo” y allí está en marcha
una Revolución Industrial al estilo inglés del siglo XVIII, con la diferencia de
que sus efectos humanos y ambientales hay que multiplicarlos por mil y se
produce en un tiempo acelerado, porque mientras la de Inglaterra necesitó de un
siglo, la de China no lleva sino 25 años. Esa transformación acelerada de China
hacia el capitalismo está ligada a su
producción para el mercado mundial, que se sustenta en dos premisas: fuerza de
trabajo barata, abundante y explotada al máximo y destrucción de ecosistemas,
contaminación y uso intensivo de combustibles fósiles, carbón, entre otros,
para satisfacer los requerimientos del capitalismo mundial.
El nexo entre explotación y calentamiento global se evidencia en el
hecho de que en China coinciden, como muestra a vasta escala de lo que sucede
en gran parte del mundo, un incremento del uso de energía sucia con un
irrespeto por la fuerza de trabajo. Como dice Naomi Klein, dos por el precio de
uno. Pero la responsabilidad no es solo de China, sino del capitalismo central,
porque lo que se produce en el gigante asiático está orientado hacia este
último.
No extraña que la descentralización productiva se haya hecho para bajar
el costo de la fuerza de trabajo en Estados Unidos y Europa, así como para
eludir controles al medio ambiente, que se exigen en estos territorios. El
incremento productivo, que se manifiesta en el eslogan “todo es chino”, llena
las arcas de las multinacionales y los escaparates de los supermercados y
centros comerciales del mundo, sin interesar el costo humano y ambiental de las
mercancías que vienen del nuevo dragón asiático y de los denominados nuevos
países industrializados.
Si se quisiera ilustrar el asunto con un ejemplo, solo basta recordar
que forman parte de una misma lógica, la del capitalismo, los trabajadores de
las fábricas de la muerte (regadas por el orbe entero) que laboran en
condiciones oprobiosas y durante interminables jornadas y también los
habitantes de las ciudades (como Pekín o Medellín) que se asfixian en la niebla
contaminante (esmog) que resulta, en gran medida, de la utilización masiva y
sin control de automóviles y motocicletas, que han sido producidos por los
obreros de aquellos talleres de la muerte.
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