Artículo publicado en la Edición impresa 115 (Marzo - Abril 2016) de Periferia Prensa Alternativa
Por Renán Vega Cantor
“Llueve hacia arriba. La gallina muerde al zorro y la
liebre fusila al cazador. Por primera y única vez en la historia, soldados
mexicanos invaden los Estados Unidos. Con la descuajaringada tropa que le
queda, quinientos hombres de los muchos miles que tenía, Pancho Villa atraviesa
la frontera y gritando ¡Viva México! asalta a balazos la ciudad de Columbus”.
Eduardo Galeano.
Desde comienzos del siglo XIX, Estados Unidos
ha invadido en repetidas ocasiones a los países situados al sur del Río Bravo.
México, Haití, República Dominicana, Cuba, Colombia, Panamá, Puerto Rico,
Nicaragua, entre otros, han visto mancillada su soberanía nacional y han
soportado la intrusión en sus territorios de la “gleba de morfinómanos”, como
llamaba César Augusto Sandino a los marines yanquis.
Son tantas las agresiones que nos han
dispensado los Estados Unidos, que su sola enumeración llena varios volúmenes.
Por esa misma frecuencia, a veces queda la impresión que una invasión o
intervención más (llámese Plan Colombia o Plan Puebla-Panamá) ya no es noticia.
Lo extraño estriba en lo contrario, en que sea América Latina la que invada a
Estados Unidos, y eso fue lo que sucedió hace exactamente un siglo, el 9 de
marzo de 1916.
Ese día, por primera y única vez en la
historia, hasta ahora, Estados Unidos fue atacado e invadido desde territorio
latinoamericano, más exactamente desde su país vecino, México. No era el primer
ataque que soportaba Estados Unidos, pues en la guerra de 1812, Inglaterra ya
lo había hecho. Pero eso se había efectuado como parte de una guerra
convencional y por una potencia mundial y en ese sentido no tiene mucha gloria
ni interés. Lo de 1916 fue algo completamente distinto, los invasores eran
latinoamericanos, y su ataque no tenía precedente alguno. Después, tampoco se
volvió a presentar un hecho similar.
En esa ocasión, un grupo de 500 hombres
armados, bajo la conducción del líder revolucionario Pancho Villa, atacó la
pequeña población de Colombus, situada en Nuevo México, en la zona fronteriza
con México. Columbus era un pequeño poblado, en un campamento militar, en donde
vivían menos de 800 personas. Ese poblado era como un chorizo, una sola calle
larga, en donde se encontraban las tiendas, un banco y un hotel.
Foto: Columbus después del Ataque. |
Al grito de “¡Viva México! ¡Mueran los gringos!”, el
contingente de guerrilleros mexicanos incursionó en Colombus a las 4:45 de la
mañana del 9 de marzo de 1916. Pancho Villa tenía sus razones para atacar a los
Estados Unidos, que incluían desde cuestiones personales hasta asuntos
estratégicos. En términos personales, no admitía que un traficante de armas,
residente en Columbus, y de nombre Samuel Ravel, le hubiera negado la entrega
de unos rifles Springfield que ya le había pagado. Le indignó saber que en la
ciudad de El Paso (Estados Unidos) hubieran sido asesinados una veintena de mexicanos
en una forma brutal, cuando el carcelero les prendió fuego. Pero las razones
fundamentales de un militar nato, y de un estratega consumado, como lo era
Pancho Villa, iban más allá de sus consideraciones personales.
La razón de fondo por la que decidió invadir
a Estados Unidos fue rechazar el apoyo que el gobierno de Woodrow Wilson le
había dado al gobierno constitucionalista de Venustiano Carranza, porque creía
que esto significaba el fin de la soberanía mexicana. La alianza entre los dos
gobiernos implicó en la práctica que Estados Unidos abasteciera de armas a los
constitucionalistas y permitiera el uso de su territorio para que por allí se
movieran sus tropas, con lo que se facilitaba el ataque contra las tropas de
Pancho Villa. A raíz de estos sucesos, Pancho Villa publicó un manifiesto el 21
de noviembre de 1915 en el que denunciaba que el precio que se debía pagar por
el apoyo estadounidense a Carranza era “la venta de nuestro país por el traidor
Carranza”. En el mismo sentido, en una carta enviada a Emiliano Zapata le
manifestaba: “La venta de la patria es un hecho, y en tales circunstancias […] decidimos
no quemar un cartucho más con los mexicanos nuestros hermanos y prepararnos y
organizarnos debidamente para atacar a los americanos en sus propias
madrigueras y hacerles saber que México es tierra de libres y tumba de tronos,
coronas y traidores”.
Con su ataque a Colombus, Villa pretendía
romper las buenas relaciones entre Estados Unidos y el gobierno
constitucionalista. Con ello también buscaba la reconstrucción, en medio de la
reacción nacionalista, de su ejército (la antaño poderosa División del Norte),
que estaba seriamente diezmado y había sufrido importantes golpes de parte de
las tropas leales a Carranza.
El ataque de las huestes guerrilleras
comandadas por Pancho Villa fue bastante desordenado, lo que permitió la rápida
respuesta de las tropas yanquis, así como de los civiles que se encontraban en
el poblado. Uno de los errores más
costosos fue haber quemado un hotel, un hecho que facilitó la ubicación de los
atacantes. El enfrentamiento duró seis horas, al cabo de las cuales los
villistas recogieron sus heridos y regresaron a México, capturaron 80 caballos,
30 mulas y 300 fusiles. El saldo final del ataque, sobre el que existen discrepancias
entre los historiadores, fue de 17 militares de los Estados Unidos, diez
civiles y cerca de 80 villistas muertos. También fueron capturados 7 de ellos. Colombus
quedó destruido, y las primeras imágenes del día mostraban un lugar en ruinas y
en llamas.
La respuesta de Estados Unidos, como era de
esperarse, fue brutal. Para perseguir a Pancho Villa se organizó una cacería,
como las típicas del Lejano Oeste: se le puso precio a su cabeza, se le
calificó como un vulgar bandolero, y se le persiguió durante cerca de un año,
como parte de la llamada Expedición Punitiva que encabezó el general John Pershing. La persecución se dio
en terreno mexicano, en un caso típico de invasión territorial. Pero los
Estados Unidos no pudieron alcanzar su objetivo de capturar vivo o muerto a
Pancho Villa. La cacería del revolucionario popular fue un fracaso estrepitoso
para los Estados Unidos, por la tropa que se dispuso, cinco mil hombres, los
costos de la misma y la inversión en armas y equipos, de un ejército con
unidades de caballería, infantería y artillería y un escuadrón aéreo de ocho
aeroplanos.
Eso sí, como suele ser frecuente en las
intervenciones militares de los Estados Unidos, la incursión les sirvió para probar
nuevas armas y tácticas bélicas, que muy útiles les serían en guerras
posteriores. Sobre los invasores, los mexicanos afirmaban, con ese humor que
los caracteriza, “¡Entraron como águilas y se van como gallinas
mojadas!”. Pancho
Villa se convirtió en el símbolo de la resistencia popular a la invasión y su
imagen adquirió una notable connotación nacionalista, como defensor de la
soberanía territorial de México.
Para nuestra América, siempre humillada y
ofendida por el imperialismo, la incursión de hace un siglo al territorio de
los Estados Unidos por Pancho Villa es un hito histórico memorable. Siempre
debería recordarse como ejemplo de independencia y dignidad. Seguro que en
otras condiciones, en un continente unido y soberano, el 9 de marzo sería un
día festivo, y la estatua de Pancho Villa estaría presente en las principales
plazas de todas las ciudades de nuestro continente, como forma de rendir
tributo a la memoria del único que se ha atrevido a atacar a los Estados Unidos
en su propia casa.
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