jueves, 17 de septiembre de 2015

Desinformados y desconectados

En la pequeña sala de la casa de Parrita, en un pueblo del Oriente Antioqueño, los comensales; la mayoría mujeres, hablaban de todo y al mismo tiempo. Así ocurre todos los domingos cuando la familia se reúne para almorzar, son muchos. Allí debaten, maman gallo, a veces se acaloran en especial cuando irrumpe “la política”.

En principio todos y todas coinciden en los análisis económicos y políticos, digámoslo “domésticos”. Por ejemplo: “cómo es posible que el país tenga un sistema de salud tan malo cuando la salud debería ser lo primero; además vea esos costos de las medicinas, hay que entutelar a toda hora… y cómo hará la gente que tiene familiares con enfermedades catastróficas, cómo será de duro, pobrecitos”.  Una de las mujeres de la familia de Parrita trabaja en el sector salud, entonces les reclamó por no haberla acompañado en la protesta que hicieron los trabajadores de ese sector, en donde el Esmad, le rompió la cara a un enfermero y maltrató a otros manifestantes. “Ah, sí, es que a uno no le gusta protestar y por esa falta de unidad es que nos tienen jodidos”, dijo alguien a manera de excusa.

Salió a relucir el tema del campo: “cómo es posible que estén trayendo plátano y aguacate de otros países, viendo que aquí todo eso se produce; por aquí se sembraba de todo, ahora solo siembran flores, y rompen la montaña para sacar arena y dizque oro también… Miren esos contratos de trabajo, a uno mismo le toca pagar su seguridad social para que le den el empleo, y uno no sabe cuándo lo van a echar”. Vamos bien en los análisis, pensé, al menos están indignados. Sin embargo, ninguno ha responsabilizado de todos estos males a nadie; entonces lancé un trozo de leña seca al fuego, “¿Y quién es el responsable de tanto mal, quién fue el ideólogo de la ley 50 del 90 y de la ley 100 de 1993; y el que le dio libertad a las transnacionales para que se llevaran todos nuestros recursos?, entonces salta uno de los presentes y exclama en tono vehemente, “pero al menos le dio duro a la guerrilla y nos dio seguridad”. Yo ni siquiera había mencionado el  apellido de uno de los responsables que empieza por U.

Entonces,  lancé más leña al fuego: ¿Y los militares y esos cinco mil y pico de falsos positivos, quién los provocó?  “Eso es pura mentira –respondió – eso es para encochinar a los pobres soldados y para beneficiar  a la guerrilla que es la culpable de todo, miren cómo mutilan a los soldaditos con esas minas quiebrapatas”, y siguió recitando las noticias como si fuera periodista de RCN o Caracol.

Los ánimos se caldearon, traté de contextualizar y llegar al fondo, creo que no lo logré, pero al menos la calma regresó, junto con algunos que habían huido al debate político. Al menos reconocieron que el conflicto armado en Colombia era solo una de las causas del atraso del país, y que el Estado y las élites tienen la mayor responsabilidad porque han manejado a su antojo la política, la economía y los destinos de Colombia por más de dos siglos.

Los medios masivos de comunicación han hecho su trabajo a la perfección, nos han vaciado todo de contenido y de contexto. Los analistas políticos y económicos, la mayoría de columnistas y los directores de medios evitan conectar las consecuencias con las causas, eso es perverso, es violento, provoca confusión, hace daño a la democracia. Todos y todas vivimos desconectados, los medios masivos principalmente son responsables de esa desconexión, ellos cortaron el circuito que le permitía al cerebro masticar, discernir antes de tragar, en este caso la información, las noticias, los hechos. Pero ellos no lo hacen por cuenta propia sino porque son la caja de resonancia de las élites económicas y políticas. Necesitan que busquemos a los responsables en otra dirección mientras cometen sus fechorías, o peor, que ni siquiera los busquemos.

Vivimos tiempos medievales. Tiempos de oscurantismo en donde un señor godo, invita a la sociedad a condenar las muestras de afecto en los colegios, a odiar a los homosexuales, a rechazar el derecho al aborto, a respaldar a los paramilitares, a los magistrados corruptos, a los ladrones de cuello blanco, encontrando auditorio para sus ideas.

Nos rasgamos las vestiduras por el tratamiento que les dan en la frontera a algunos colombianos ilegales, pero miramos para otro lado cuando el Esmad, en medio de un desalojo, rompe los huesos de mujeres y niños de barrios de invasión, a garrotazo limpio, como en Villa Café en Medellín o en El Jarillón de Cali, por ejemplo. ¿Acaso esos colombianos tienen menos derecho que los de la frontera?

En Venezuela hay más de cinco millones de colombianos y en Colombia hay menos de 300 mil venezolanos. Los que se van para allá, en su inmensa mayoría humildes huyendo de la violencia; llegan buscando educación, salud o trabajo, muchos de ellos en el contrabando, el tráfico de divisas, de gasolina, etc. Millones de ellos han formalizado su nacionalidad y disfrutan de los beneficios, los subsidios de la revolución bolivariana, garantizados gracias a la nacionalización del petróleo; lo que no hace Colombia. Los venezolanos que vienen a nuestro país, claramente son de un estrato social superior, según los datos de inmigración Colombia.

No existe duda alguna que la mayor parte de los negocios ilegales y la criminalidad, son manejadas en la frontera por los paramilitares; por Alias Careniña, líder de los urabeños, entre otros, que se apropiaron de vastos terrenos en Ureña, San Antonio y otras localidades de la frontera y vendieron esos terrenos, colonizando el territorio no solo con gente de su confianza sino con humildes que sobreviven de la criminalidad. En esos locales almacenan armas, droga, dinero, gasolina, mercancías, alimentos, etc., que laceran la golpeada economía venezolana, que está  en crisis, principalmente, por los bajos precios del petróleo provocados por los norteamericanos,  afectando el proceso revolucionario de  la hermana república.

Hay que preguntarle al corazón y a la razón, ¿por qué han permitido que la mentira y la insensibilidad se apoderen de nuestra forma de pensar? ¿Por qué tanta perversidad; por qué nos ponemos al lado del poderoso y escupimos al débil? ¿Quién es responsable de tal confusión?

Nos señalan al enemigo en otras latitudes para evitar que reconozcamos al que tenemos al lado,  encarnado en el gobierno, las élites y los medios masivos de información. El sujeto que el capitalismo ha construido es egoísta, falso, insolidario, perverso; pero está diseñado por personas de carne y hueso, como nosotros, como los que pensamos que hay que cambiarlo todo para salvar el planeta.

Esa es una tarea que involucra a los movimientos sociales, reconociendo en primera instancia que solos no podemos. Es necesario mirar a la cara de los millones de colombianos y colombianas que quieren conectarse, y ganar su confianza, en especial ayudar a recuperar su autoestima. Hay que buscar los puentes que conectan la realidad, la verdad, la dignidad y la acción transformadora. La educación y la comunicación popular son herramientas para afinar en este periodo aciago. Democratizar la comunicación y los medios es urgente. Paso a paso, con paciencia hay que juntarnos todos y todas, trabajar hombro a hombro, buscar identidades, coincidencias, causas comunes. Es la única salida para la humanidad, para el planeta y para este país de desinformados y desconectados.


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