jueves, 20 de agosto de 2015

Editorial 109 - La justicia es condición necesaria para la paz

Paz y justicia son dos términos inseparables. O mejor, la justicia es la condición sine qua non de una paz verdadera. Porque la guerra generalmente la hacen los poderosos contra los pueblos para imponer y mantener el orden social que les garantiza su poder y privilegios; y a veces los pueblos se rebelan contra este orden social y se alzan en armas para exigir justicia. Por eso todo proceso de paz con los rebeldes implica transformaciones en el orden social imperante. Desgraciadamente, el tema sobre la exigencia de justicia en las actuales negociaciones de paz entre el gobierno y las FARC ha sido banalizado hasta la ridiculez por parte del gobierno y esta ridiculización ha sido encajada como natural por buena parte de la sociedad, enajenada por los medios masivos de información.

Cuando arrancó en firme el proceso de negociaciones entre el gobierno y las FARC, el primero se apresuró a afirmar, como para tranquilizar a los ricos y poderosos de este país, que no iba a negociar el modelo económico. Y efectivamente, desde entonces no ha dejado de profundizar la política neoliberal, responsable de agudizar la pobreza y la desigualdad en nuestros territorios.

La puesta en marcha de los diversos TLC está acabando de hundir sectores sociales y económicos como los campesinos y los pequeños industriales que ya habían sido duramente golpeados por la política de Apertura Económica. La privatización de la educación se agudiza con una política de asistencia social que desactiva cualquier resistencia por fuera de las universidades públicas: las famosas becas para los estudiantes con mejores resultados en las pruebas icfes tiene como propósito inmediato una transferencia de fondos públicos de las universidades públicas a las universidades privadas, y en el mediano plazo pretende eliminar la financiación estatal de las Universidades Públicas. Igual que acontece con la salud y los servicios públicos, cuyas reformas no han hecho más que acelerar su incorporación al mercado, ignorando que son derechos fundamentales de los ciudadanos. La lista de políticas sociales y económicas implementadas por los últimos gobiernos y profundizadas por Juan Manuel Santos sería muy larga para agotarla aquí, pero las mencionadas son suficientes para dejar en claro la apuesta social de este gobierno.

Y todo ello se pasa por alto ahora que en las negociaciones se define lo atinente al tipo de justicia que se le aplicaría a todos aquellos que cometieron crímenes atroces en esta guerra. Así el asunto de la justicia se reduce a lo penal y a los delitos tradicionalmente considerados en el código. Peor aún, pareciera reducirse la discusión a un juzgamiento público de los guerrilleros, desconociendo que los gobiernos y las élites empresariales y políticas han sido actores de primer orden en este conflicto y que sus delitos no se limitan a organizar ejércitos y estrategias militares para frenar procesos de resistencia social. En este sentido habría que tomarse en serio el título de uno de los libros de Renán Vega Cantor que califica a los Economistas Neoliberales (y en esta categoría ubica a todos los tecnócratas que aplican el modelo) como nuevos criminales de guerra. Y es que la imposición de los planes de ajuste estructural que exige el neoliberalismo condena al hambre y a la miseria a pueblos enteros y de esa manera producen prácticamente los mismos efectos que los bombardeos en las guerras del imperio.

La consigna del establecimiento es que no puede haber paz con impunidad, pero esta consigna no expresa nunca la intención de juzgar a los funcionarios públicos ni a los empresarios que han desarrollado la guerra desde sus oficinas. La filosofía de las élites, bien explicitada por algunos integrantes de la Comisión Histórica del Conflicto como Jorge Giraldo y Vicente Torrijos, es que la guerra en Colombia no tiene ninguna causa estructural, simplemente se dio porque algunos grupos subversivos decidieron alzarse en armas y desafiar al Estado y a la Sociedad. Además, las negociaciones han sido siempre una oportunidad, no para resolver estos asuntos estructurales sino para que las insurgencias se fortalezcan militarmente y escalen la guerra. Así las cosas, resultan demasiado conciliadores aquellos que abogan por penas bajas o alternativas para los guerrilleros, aduciendo que para lograr la paz es necesario sacrificar algo de justicia.

Por generoso que esto suene, esconde una tergiversación y reducción grave del concepto de justicia, que tiene que ver sobre todo con equidad. La paz no exige sacrificar la justicia sino al contrario hacerla efectiva. Como plantea Jairo Estada en su informe para la Comisión Histórica del Conflicto, “Contrainsurgencia y Subversión son inherentes al orden social capitalista imperante en nuestro país”. Pues son las condiciones concretas que dieron origen al orden social vigente con sus modelos de acumulación y reproducción del capital las que explican que la subversión también se haya expresado de forma militar. Durante el proceso de constitución del capitalismo se han estructurado y activado múltiples dispositivos de preservación del poder y la dominación de clase, sustentados en la “combinación de todas las formas de lucha” por parte del bloque dominante. Esto quiere decir que la élite en Colombia no ha dudado en apelar a la violencia y a las armas para enfrentar los movimientos sociales de protesta y rebeldía. De hecho ha privilegiado estas formas, antes que el diálogo y la concertación, para enfrentar la protesta social. Con ello ha forzado la subversión armada como forma de respuesta. Entonces la responsabilidad por todos los impactos de esta guerra habría que imputársela en primer lugar al sistema económico y político imperante, sobre todo al Estado.

Desde luego, esto no se resolvería con que todos los responsables por parte del establecimiento fueran a la cárcel por muchos años. No obstante, no pueden seguir negando sus responsabilidades y sosteniendo el orden social y económico injusto en que se han hecho poderosos; no pueden seguir simulando voluntad de paz y  achacándole a la insurgencia todos los tropiezos en las negociaciones, mientras con sus políticas ahondan la exclusión, la desigualdad y la miseria.


Una verdadera justicia que nos acerque a la paz tiene que ver no con cuántos van a la cárcel y por cuánto tiempo sino con las reformas radicales que se hagan en las estructuras sociales como forma de eliminar las causas estructurales del conflicto social. No sabemos si las FARC o el ELN estarán en capacidad de negociar estas transformaciones con el gobierno, dado que es una puja bastante fuerte en donde el gobierno insiste en en no cambiarán nada en el orden social imperante. Lo que sí sabemos que esa es la lucha fundamental de los movimientos y organizaciones sociales y populares, y que las negociaciones entre la insurgencia y el gobierno pueden y deben darle un nuevo aliento a dichas luchas a la vez que la dinámica de estas en la calle puede y debe contribuir a fortalecer las posiciones de la insurgencia en las mesas de negociación a favor de estas transformaciones. Lo ideal es que lográramos construir una mesa social por la paz, para llegar a un gran diálogo nacional que posibilite acuerdos entre todos los actores del conflicto (los afectados por el sistema de acumulación y los que lo impulsan). Al fin de cuentas no debemos permitir que tanto desgaste como el que se necesita para sostener un proceso de negociaciones por varios años tenga de entrada como propósito que todo siga igual o peor. 

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